ALGALANDIA
En un pueblecito pesquero bañado por el mar Mediterráneo, vive Ana con sus padres y con su hermano menor Miguel. Carlos, el padre, es marino mercante y pasa largos periodos de tiempo en el mar. Ana y su hermano lo añoran mucho entonces. Silvia, la madre, es dependienta en una tienda de ropa. Desde muy pequeña, a Ana le gusta escuchar música y, muy pronto, dijo a sus padres que
quería aprender a tocar el violonchelo, así que la apuntaron en una academia de música. Un año después, cuando cumplió ocho años, ante el asombro de todos, entró en el conservatorio tras superar las pruebas de acceso. Ana se empeñaba mucho en tocar bien, así que para su noveno cumpleaños, sus padres le compraron un violonchelo nuevo, mucho mejor que el que tenía. El mismo día que se lo regalaron comenzó a tocarlo toda emocionada. Estaba empeñada en un tema, que tenía que tocar en clase, un adagio, que en italiano significa despacio, algo que le costaba mucho a Ana, que prefería temas más rápidos.
A Ana le gustaba tocar delante del mar, en una pequeña cala. Al amanecer estaba siempre solitaria, así que Ana aprovechaba para ensayar los fines de semana. Un sábado, cuando ya dominaba el adagio, comenzó a tocarlo delante del mar. De pronto, un estruendo en forma de trueno se escuchó, tras lo cual el mar se separó y dejó frente a Ana un pasadizo. Ana tuvo miedo, pero una voz que se escuchaba desde el fondo le dijo:
—¡No tengas miedo! Ven a conocernos.
Ana dudó, pero después se adentró con su violonchelo por el pasadizo. En los costados se veían algas de distintos colores, verdes, rojas, pardas, doradas, azules, que cantaban una canción hermosa, que Ana comenzó también a tararear. Peces de vistosos colores bailaban entre las algas. Al fondo, se podía ver una especie de trono, en el que estaba sentada una criatura que Ana nunca había visto. Tenía ocho ojos de un color amarillo brillante, repartidos entre lo que parecían hojas de un color verde manzana. Su boca, de un verde aún más claro que el resto del cuerpo, emitía palabras en el idioma de Ana, aparte de otros sonidos y palabras en otro idioma, que Ana fue incapaz de reconocer. Estaba sentada en un trono de color lila claro, que quedaba parcialmente tapado por los brazos del ente, que eran como hojas largas de planta.
—¡Bienvenida a mi mundo, Ana!
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Estabas destinada a aparecer aquí en algún momento. Tu violonchelo es mágico y es la llave entre los dos mundos.
—¿Para qué estoy aquí? ¿Solo para conocerlo?
—No, no sólo estás aquí para conocer mi mundo. Los humanos están destruyendo nuestro espacio. Los plásticos están matando a muchos seres y la contaminación del agua ha dejado muchos sitios sin la flora necesaria. Tú puedes ayudarnos a difundir el mensaje con tu música.
—Solo soy una niña, no creo que me tengan muy en cuenta si expreso todo eso.
—Yo creo que sí. Tu música llega al corazón de la gente y es allí donde tienen que anidar los sentimientos de respeto hacia la naturaleza.
—Nunca había visto un ser como tú.
—No creas que soy tan especial. Simplemente, no has estado antes en el fondo marino. Además, gracias al violonchelo, puedes entendernos.
—¿Eres un alga?
—Sí, soy un alga. Una macroalga. Un alga verde.
—¿Y ese trono?
—Soy la reina de las algas.
—¿Por eso eres tú quien me habla?
—Sí, por eso. Las algas pertenecen al reino protista, que es uno de los grandes reinos de la naturaleza. En dicho reino hay un sinfín de organismos. Los otros reinos de la naturaleza son: el reino animal, el reino vegetal, el reino fungi o de los hongos y el reino monera que es donde encontramos, por ejemplo, a las bacterias. No te he dicho aún mi nombre, me llamo Clormona. Te voy a presentar a Rodolena. Es esa que se está acercando.
—¡Buenos días, Clormona! Tú debes de ser Ana, ¿no?
—Sí, soy Ana.
—Me llamo Rodolena.
—Eres diferente que Clormona. Eres roja y los ojos los tienes naranjas.
—Soy un alga roja. Sé lo que piensas, con nosotras el hombre ha hecho gelatina natural. Nos matan, en parte, por eso.
—Cuando he entrado por el pasadizo he visto muchas algas de varios colores.
—Así es. Hay de varios colores.
—Supongo que Clormona te ha explicado la razón por la que estás aquí.
—Así es. Me gustaría saber cómo voy a poder ayudaros.
—Hemos compuesto una serie de canciones para que las toques con tu violonchelo y las cantes. Son mensajes para que lleves a tu mundo.
Rodolena saca una carpeta en la que están las partituras con letra de las canciones. La primera dice así:
El mar que te da libertad
con tu tabla haciendo surf,
tiene lágrimas en los ojos
que escupen perlas de plástico.
Animales mueren por deshechos,
plantas se ahogan en suciedad,
pon tu granito de arena
y salva el mundo del mar.
La tierra también merece
que la mimen con esmero,
porque te da todo aquello
que necesitas para vivir.
Ana se emociona con cada una de las canciones que va leyendo y con su música plasmada en partituras. Se pone a tocar la primera canción y cientos de algas de distintos colores cantan acompañando a la niña.
Un alga parda se acerca con una especie de piano y acompaña a Ana en cada uno de los temas. Luego se unen los corales con instrumentos de cuerda a complementar también. Aparecen ahora delfines que bailan al son de los temas musicales. Luego se suman otros peces vistosos, haciendo un desfile de colores.
Un alga esponja trae a Ana un estuche con pócimas, que están elaboradas por las algas para curar muchas dolencias de los humanos. Ana le agradece el regalo y luego sigue tocando. Tras cinco temas más, decide que ha pasado mucho tiempo y es hora de regresar a su casa. Se despide de todas las algas y, entonces, un enorme caballito de mar la lleva con su especial trote hasta la arena blanca de la playa. Mira el reloj y solo había pasado una hora. ¡Qué raro!, piensa.
Decide entonces ir a su casa, donde sus padres y sus hermanos están desayunando cuando llega. Todos le sonríen. Entonces, ella sube a su cuarto y saca las partituras de su mochila y la caja con pócimas que guarda en un cajón.
Seguro que alguna de esas pócimas servirá para el dolor de espalda que tiene su abuelita Adela.Coge la primera partitura y comienza a interpretarla. Al cabo de pocos minutos, toda su familia está en su cuarto alabando las canciones que piensan que ella ha compuesto. Ana decide no desvelar el secreto por el momento. Aún no tiene claro cómo lo va a hacer.
Juana María Fernández Llobera
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