CEREZAS EN SIBERIA
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CEREZAS EN SIBERIA

Un cuento infantil de María Castellví Narbón

María Castellví Narbón | 15 mar 2025


Ilustración de Raquel Pellicer

CEREZAS EN SIBERIA

Eloy se asomó al alfeizar de la ventana del baño, la que daba a la puerta del patio de luces. Era un día hermoso y soleado de final de otoño que, sin embargo, ocultaba un doloroso suceso: el niño vio cómo sus padres, con los ojos enrojecidos, acompañados de un reducido grupo de personas, se llevaban a su nuevo hermanito dentro de una pequeña caja blanca.

Durante muchos meses, no sabría decir cuántos, le había estado esperando con verdadera impaciencia. Había contribuido a decorar la nueva habitación, incluso le habían permitido elegir su nombre: —Se llamará Gus. De Gustavo, como el lobo de peluche que me trajo el abuelo cuando vino a vernos el año pasado— Ese lobo gris, casi de tamaño natural, había sido su regalo favorito en las pasadas Navidades. Aquél peluche no era un lobo cualquiera, su abuelo se lo había comprado en un país lejano del que Eloy nunca había oído hablar. Uno, donde las noches son muy largas en invierno. —Mira Eloy. Fíjate en sus pupilas,— le dijo muy serio—. ¿Ves como le cambian de color? Este lobo será tu mejor amigo a partir de ahora. Pronto nacerá tu hermanito y os protegerá a los dos, pues lleva dentro un hueso, un colmillo de lobo siberiano auténtico. Pero no se lo digas a tus papis, eh! Es un secreto entre nosotros. Ellos no creen en la magia.

El hermanito Gustavo nació en primavera. Él se sintió extraño; tenía una gran curiosidad por aquella diminuta criatura intensamente pálida, a la que solo le permitían ver a cierta distancia. La mamá le había dicho que Gus estaba malito, que había que pedir mucho por él.

Así que Eloy se encerraba en su cuarto y ponía al lobo de peluche junto a una figurita del Ángel de la Guarda encima de la cama. —Tenéis que poner bueno a mi hermano— le necesito para jugar, y para no volver a estar solo. Todos mis amigos del cole tienen hermanos. Ahora tengo a Gus.

El verano transcurrió con muchas idas y venidas en la casa. No había demasiado tiempo para él. Eloy tenía seis años, pero no comprendía por qué su mundo se derrumbaba alrededor a tanta velocidad. Ya no parecía ser importante para nadie. Aunque, al menos, tenía a su lobo mágico pues el Ángel de la Guarda, que era invisible, debía estar muy ocupado en la habitación del pequeño recién nacido.

Una tarde de principios de octubre que salió a jugar al parque, sentado en un banco descubrió a un hombre pelando una manzana junto a una bolsa de

cerezas. Lucía una amplia sonrisa camuflada por una gran barba blanca: —Hola pequeño, ¿quieres probar un pedazo de esta rica manzana?

Eloy recordó que sus padres le tenían prohibido hablar con desconocidos. —No, no quiero...— y salió corriendo con el corazón acelerado.

De regreso a su casa volvió a ver a hombre de la manzana y las cerezas en la esquina de su calle.

—Niño al irte con tanta prisa se te ha caído esto. He venido a devolvértelo. Supuse que no te gustaría perder éste bonito suéter.

Eloy comprobó que, en efecto, ya no llevaba su jersey anudado a la cintura. Algo asustado alargó la mano para cogerlo, y quiso volver a salir corriendo lo más rápido posible.

Entonces, el anciano desconocido de sonrisa bonachona, le detuvo al decirle: — No tengas miedo de mí Eloy. Soy tu Ángel de la Guarda. Me pediste que Gus se pusiera bueno, pero a veces los ángeles no podemos cumplir todos los deseos de los niños del mundo. Antes de irme voy a contarte algo importante: tu hermanito dentro de poco será tu nuevo Ángel de la guarda para siempre. Yo tengo otros trabajos que hacer. Otros niños me necesitan. Toma esta bolsa de cerezas y dáselas a tu lobo de peluche, Gus. Al verdadero lobo que lleva en su interior, le gustan mucho, aunque nunca lo has sabido. Tal como te dijo tu abuelo, es un lobo especial. Cuando veas que sus ojos cambian de color debes permanecer atento, pues es su manera de comunicarse contigo. Ah... una última observación...a partir de ahora este suéter tendrá la virtud de consolarte cada vez que te sientas triste o preocupado. Sentirás su poder al cubrirte con él.

El pequeño Eloy se encontraba perplejo pero, también maravillado con aquellas palabras del viejo barbudo cuando de repente, escuchó unas voces estridentes desde la acera de enfrente: era su madre, que le llamaba a gritos al verle hablar con aquel tipo extraño que parecía un indigente.

No hubo tiempo para más, el hombre, el ángel, o lo que fuese, había desaparecido por arte de magia. Sobre los adoquines, una bolsa de plástico del súper, lucía con un puñado de brillantes cerezas rojas dentro, esperando a ser devoradas por su hambriento lobo siberiano de peluche.

Los días transcurrieron con mucha lentitud. Eloy no se separaba de su jersey. Nadie se explicaba por qué lloraba tanto si se lo querían lavar.

Encaramado en el alfeizar de la ventana del baño, aquella dorada mañana de otoño, el niño exclamó para sorpresa de la breve comitiva que portaba los restos de su hemano: ¡Hola Gus, ahora eres mi Ángel protector!

¡No existen cerezos en Siberia! ...o tal vez sí.

                                                                                                María Castellví Narbón

P/D: La sección Cuentos Infantiles es dirigida por Juana Ma. Fernández Llobera

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Cerezas en Siberia

publicada el ( 16 mar 2025 ) por Carola Aikin
He disfrutado mucho leyendo este cuento. En tan pocas líneas sumerge al lector en el misterio , en como salva al ser humano. La vida solo se puede entender y gozar gracias al misterio. La ilustración también me ha gustado mucho. Enhorabuena


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