COMO UNA ISLA TRAS UN CATACLISMO
Febrero 2023 Málaga
Bea apagó las luces, se lavó los dientes, se metió en la cama y empezó a llorar. La película la pilló con la guardia baja:
Los amantes del círculo polar. Uno de esos dramas románticos que te estruja el corazón hasta explotarlo. Las lágrimas se le hacían un nudo en la garganta, y antes de que la estrangularan, las dejaba caer sobre el embozo. Acababa de dejarlo con su novio, pero no dejaba de pensar en él. Alcanzó un libro que tenía en la mesita de noche. Lo había escrito la amiga de una amiga. Era un libro de viajes. Pensó que un rato de lectura le daría un respiro, pero al abrirlo y leer la primera página se le escapó un quejido:
El libro empezaba así: «Estoy echada en la cama. No puedo estar más triste. Las lágrimas salen solas. Nada tiene mucho sentido.
¿Qué hago aquí? ¿Adónde voy? Nadie en ninguna parte…»
Bea se estremeció. Esas palabras las podía haber escrito ella. Se limpió las lágrimas y empezó a leer el libro ansiosamente: Dos viajeras se conocen en una isla. Proceden de lugares distintos y están allí por motivos diferentes. Para una de ellas es un viaje escapatoria de una relación infernal. Para la otra es un viaje de vuelta al pasado, al hogar familiar lleno de recuerdos. Bea no podía dejar de leer. No paraba de encontrar lugares comunes entre la historia y ella. Entre la isla y ella. Bea conocía bien el lugar. Había pasado un verano en la isla cuando era adolescente. Había párrafos que podía haber escrito ella misma. Las rocas de colores, los árboles torcidos, las malas hierbas bordeando los senderos, el viento sacándola del camino mientras pedaleaba por la isla. En un fogonazo, se vio cómo era entonces. Inquieta, con coraje y decisión. Tenía claro lo que quería ser y hacer en la vida. Los recuerdos comenzaron a saltar como pelotas locas en la cabeza de Bea. En un arranque Bea viajó mentalmente a la isla. Una amiga de una amiga había oído que necesitaban gente para recuperar un hotel abandonado. Daban alojamiento y comida. Bea no se lo pensó. Nada que perder y una experiencia por vivir. Pasó el verano en una habitación con el techo medio derruido y sin cristales, pero se dormía contando estrellas; durante el día compartía vida, tiempo y trabajo con un puñado de jóvenes aprendices de todo. Se lo tomaron a pecho. Trabajaban en la tarea que mejor se le daba a cada uno. Al atardecer comían pescado a la brasa, reían, discutían, había música y vino y olía a jazmín y madreselva. Se consideraban felices. El grupo crecía y disminuía. Un mar de sentimientos y sensaciones tironeaban de Bea, como si fueran a descuartizarla. La pregunta saltó como un muelle en su cabeza: «¿Qué ha sido de esa adolescente? ¿Dónde está esa chica ahora, qué hay de sus sueños, de sus ganas de viajar, de buscar su sitio, de atreverse…?¿Qué pensaría ella de mí en este momento?».
Como si pudiera desdoblarse, vio en lo que se había convertido. Era una sensiblera, que desperdiciaba su vida lloriqueando por una ruptura. Comoatrapada en arenas movedizas, así se sentía Bea. Y de un salto cogió el móvil que estaba en el escritorio, buscó las fotos de la última escapada y se puso a mirar a Adrián con detenimiento, fijándose en cada detalle, como una científica mira una bacteria a través del microscópico, con interés pero sin emoción. Yentonces una voz en su cabeza tomó la palabra y le cantó las verdades:
«Bea, espabila de una vez. Apunta en tu cabeza lo que tienes que hacer para salir a la superficie como una isla tras un cataclismo: Deja de lloriquear. Deja de ver películas románticas. Considéralo una afición tóxica. Deja de pensar en él. Arráncatelo de una vez. Usa el cerebro. ¿Por qué te empeñas en recordar las cosas mejor de lo que fueron, Bea? Piénsalo ¿Cómo era Adrián? Era un indeciso. Un obsesivo: con la comida, el ejercicio, las calorías, las proteínas, la paleo dieta. Un pan sin sal. Las cosas como son. Flaco. Un poco guaperas sí era, pero nada del otro mundo, la verdad. La piel tan blanca, como crudo. Eso sí, tenía un cerebro brillante: talento para los números, el cálculo y las matemáticas, pero era un aburrimiento. Sus ojos, dos lagos congelados, de un azul tan claro que daban frío. Y sigo: ¿recuerdas sus alergias? La lista no paraba de crecer: a los gatos, a la arena de la playa, al olivo, a los frutos secos. Era un riesgo salir con él de casa. ¿Y lo torpe que era con las manos? No sabía tocarte, Bea, menos mal que luego con la práctica... En el mismo día podía estar eufórico o le cogía alergia a hablar. ¿Recuerdas el tiempo que perdías en decidir qué película ver? No lo sacabas del cine de acción americano y la ciencia ficción. ¿Y cómo se ponía cuando perdía su equipo? Por favor, Bea, si era futbolero. ¿De verdad la vida juntos era maravillosa? Sal de aquí. Sal de esta casa, de esta vida. Vete. No mires atrás. Conoce gente. Duerme con otros. Viaja lejos, viaja largo. Cambia».
Junio 2023 Isla Maltés
He vuelto a la isla. Esto es lo que necesitaba. He salido a la superficie. El tiempo es otro, más lento, la isla ha cambiado, pero no tanto. Es verano y amanece muy pronto. Al final, hacemos todos lo mismo: regresar a lo que añoramos. Los veranos de la adolescencia flotan como salvavidas cuando estamos revueltos, aunque en realidad no recordamos que allí hacía un calor insufrible, que dormíamos en lugares destartalados e inhóspitos y pasábamos penalidades. Hago las cosas que hacía los días felices de aquel verano antiguo. Voy por el sendero hacía la playa tostada por el sol. El mar está casi mudo, es una balsa gigante. Hay montones de algas relucientes en la orilla, verde pistacho, se mueven, parece que respiran, que están vivas. Cuando el sol de la tarde se pone, es como si una mano querida te acariciara la espalda.
De amores estoy curada de espanto. Los he clasificado y archivado cronológicamente. La carpeta de Adrián ocupa poco espacio. El tiempo lo ha puesto en su sitio. Al final, no era para tanto. Fue más fácil de olvidar que un resfriado. Con la experiencia el corazón ha echado músculo. Ni un lugar, ni una banda sonora, ni una película pueden desconsolarme el corazón sin mi permiso. Es un descubrimiento reciente.
María del Mar Artero Núñez
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