CONVERSANDO CON CARMEN SANTAMARÍA ALONSO
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CONVERSANDO CON CARMEN SANTAMARÍA ALONSO

"Último viernes de octubre"

Juana Ma. Fdez. Llobera | 18 ene 2025


Último viernes de octubre

Buenas tardes, Carmen.

Varios son los motivos por los que tenía ganas de hacerte esta entrevista, aunque me voy a centrar mayoritariamente en tu obra literaria “Último viernes de octubre”, no solo porque esté bien escrita, sino porque supone un homenaje a mujeres que crearon Arte a través de su pintura. Es una novela en la que la historia de la protagonista, Cecilia, está ligada a la historia real de una serie de mujeres que vivieron en los primeros años del siglo XX en España, las denominadas pintoras de las vanguardias. Recoge historias de Artistas que fueron ignoradas, marginadas o silenciadas por la crónica artística. 

Antes de adentrarnos en tu novela, me gustaría que nos hablaras de ti y que nos dijeras cómo fue tu amplia experiencia en los medios de comunicación, ya que eres licenciada en Ciencias de la Información, rama de Periodismo. ¿Cómo viviste tu etapa en Radio Nacional de España? ¿Puedes hablarnos de lo que hacías en la radio? Seguro que muchos te conocen, pero vamos a hacerles recordar a algunos y a otros, más jóvenes, mostrarles tu trayectoria. ¿Nos puedes hablar del programa cultural ‘El ojo crítico’? ¿Puedes hablarnos de tu trabajo en el departamento de comunicación del Ayuntamiento de Madrid con funciones de redactora?

Carmen Santamaría Alonso: Yo había estudiado Periodismo porque quería dedicarme a una profesión que tuviera relación con lo que ya de adolescente era mi mayor afán: leer y escribir. Pero al terminar la carrera, me encontré con muchas dificultades para acceder a un puesto de trabajo. Mi suerte fue que me concedieran una beca de verano en Radio Nacional porque ahí empecé a conocer todo lo que no me habían enseñado en la facultad y de ahí surgieron contactos y oportunidades para hacer colaboraciones en periódicos, revistas y en la propia emisora cuando se acabó la beca. Dos o tres años después, se estrenó El Ojo Crítico y me contrataron para el programa. Trabajaba con temas culturales y sociales, que eran para mí interesantes y enriquecedores. Por circunstancia personales tuve que dejar la radio y me incorporé entonces a la redacción del periódico municipal Villa de Madrid, una iniciativa del alcalde Tierno Galván, que dirigía un gran periodista, Félix Santos. Aprendí mucho durante esa etapa. Y disfruté del oficio. Cuando este periódico fue clausurado, me incorporé al gabinete de prensa del Ayuntamiento y, aunque ejercer el periodismo desde una administración es complicado y, ¿por qué no decirlo?, frustrante a menudo, aprendí otras facetas de la información, a escribir de formas diversas, conocí los recovecos de la vida pública, indagué en la historia y el desarrollo de la ciudad en la que vivo, conocí a gente sabia, hice amistades sólidas.… Y tuve tiempo y ocasiones para escribir otras cosas. Mis cosas.    

¿De dónde parte la idea de hablar de las pintoras vanguardistas de principios del siglo XX? ¿Cómo nació la idea de hacer una novela y adentrar a las pintoras en ella, dentro de una trama inventada, pero dando datos reales de dichas pintoras? 

Mi idea inicial era escribir sobre una mujer de mi época y de mi entorno, que se está haciendo mayor, indagar en ese proceso, en las contradicciones e inconvenientes de la edad a la que vamos llegando con temores y complicaciones físicas y mentales. A esta mujer le busqué oficio que fuera satisfactorio, bonito incluso. Así que la puse a organizar una exposición en un museo. Y se me ocurrió que el asunto de esta fuera la pintura de las mujeres de principios del siglo XX. Quizás me influyó la admiración de Maruja Mallo, a la que conocí cuando informaba de cultura para la radio. Maruja me cautivaba y mi deseo era reivindicarla. Me propuse manejar datos reales, no solo de Maruja, sino de otras artistas. Así que me dediqué a buscar otros nombres. Y descubrí a las otras. Encontré datos en internet, en algunos libros (no muchos) y en catálogos de exposiciones. Y lo que me ayudó mucho fue la tesis de un profesor valenciano, Vicent Ibiza, al que se cita en la novela porque Cecilia también maneja su tesis. Vicent había elaborado un catálogo de pintoras en los museos españolas, unas exhibidas, otras arrinconadas en almacenes, que me aportó muchísima información y muchas pistas para seguir indagando.

Al cabo, las mujeres pintoras de las vanguardias se convirtieron en protagonistas secundarias pero esenciales de la novela. Ellas están en la vida cotidiana de la protagonista principal, de Cecilia. Sin ellas, sin las reflexiones sobre sus esfuerzos, sus éxitos, sus andanzas, sus problemas como mujeres y como artistas, el proceso anímico de Cecilia no se hubiera producido.

Cecilia es una mujer que ha conseguido sus objetivos profesionales, que no está desbordada por los problemas económicos, ni por el estrés de compatibilizar horarios de casa y de trabajo, una mujer, que posee cualidades y energía para resolver las dificultades de su oficio, y que es vista como una triunfadora (entre comillas), sobre todo en comparación con otras mujeres que han tenido que truncar o renunciar a sus aspiraciones laborales por las cargas familiares. Pero Cecilia tiene conflictos personales. El de enfrentarse a la edad y sus deterioros físicos es el primero, el conflicto en el que yo pretendía indagar con esta novela. El segundo problema que aqueja a Cecilia es la soledad sentimental, la falta de pareja. Esa soledad amorosa que obsesiona a Cecilia es, sin embargo, una condición común en muchas mujeres que han seguido una carrera en las artes, en las ciencias… Para conseguir sus metas han sacrificado vida familiar y de pareja. Yo se lo escuché decir a una directora de cine a la que entrevisté después de recibir un premio, o de estrenar una película. Me dijo: yo no estaría aquí si me hubiera casado y hubiera tenido hijos. Esto, que escuché hace ya décadas, a mí me dejó huella. Y le he atribuido a Cecilia esa situación.

Cecilia está sola como aquella directora lo estaba. Como supongo que lo estarán otras mujeres que han optado por ejercer y consagrarse a una profesión, a un arte, descuidando o relegando a papel secundario sus  relaciones sentimentales. O resignándose a perderlas. Cecilia lleva mal lo de no tener pareja, es evidente. Pero es que no se da cuenta de que no tener un hombre en su cama no significa estar sola en la vida. En la identificación de su problema de soledad y, tal vez, en su manera de abordarlo al cabo de dos  semanas van a influir las pintoras y todo lo que se cuece en torno a la exposición que está organizando.

La novela la dedicas “A todas las mujeres que crearon arte, literatura y pensamiento a través de los siglos y a todas las mujeres que trabajan con tenacidad para rescatarlas del olvido” y también, “A las mujeres que continúan luchando en el siglo XXI para que sus obras y sus méritos se reconozcan, y a los hombres que las apoyan, las alientan y las empujan”. Pienso, creo que al igual que tú, que sin ellas no hubiéramos alcanzado ciertos logros y que no es justo que, habiendo hecho cosas magníficas, no se les dé la importancia que merecen. En cierta manera, ¿te sentías en deuda de hacer algo por ellas? ¿O cuál es la razón?

Me siento en la obligación como mujer y como ser humano de aportar lo poco que esté a mi alcance a la enorme tarea de rescatar los nombres y los logros de todas las mujeres que hicieron arte, cultura, ciencia, progreso social a lo largo de los siglos. Siento que es obligación de la sociedad entera recuperar sus nombres, desvelar sus logros, porque sin ellas se nos aporta una visión parcial, incluso falsa, de nuestra civilización. Lo dice Vicent Ibiza y se dice en la novela: Mientras la mitad de la humanidad esté enterrada bajo la losa del olvido, nunca hablaremos de una verdadera Historia del Arte. Ni de historia de la Humanidad.

Afortunadamente hay muchos estudiosos, mujeres, sí, pero también hombres, que están trabajando por resarcirlas de la injusticia del olvido y sacarlas del oscurantismo. De ahí mi dedicatoria. Para reconocer su trabajo y porque gracias a ellas y a ellos yo he podido incluir nombres de mujeres artistas, magníficas artistas, en la novela.

Cecilia quiere organizar una exposición en el museo en el que trabaja, razón por la cual va en busca de obras de pintoras de las vanguardias, que no tuvieron o no tienen aún el puesto en la historia que se merecen. A lo largo de la novela se hablará de Remedios Varo, Maruja Mallo, María Blanchard, Ángeles Santos, Rosario de Velasco, María Roesset, Julia Minguillón, Lluisa Vidal, Delhy Tejero, Marga Gil Roesset… ¿Por qué elegiste a Pintoras de esa época? 

Como te decía, es posible que me influyera mi admiración por Maruja Mallo, que empezó a ser más reconocida en España hacia los años ochenta. Estuve en una muestra o en una conferencia, no recuerdo exactamente, en torno a su figura que me ayudó a descubrirla y a seguir sus pasos cuando regresó a España después de muchos años de exilio. Indagando en su biografía, en la época en la que vivió y desarrolló sus inicios como pintora, tropecé con los nombres de las demás pintoras que se citan. Son  mujeres de biografías muy diversas y de obras distintas. Pero todas tienen méritos sobrados para figurar en cualquier antología de pintura española del siglo XX. Los cuadros de Lluisa Vidal, por ejemplo, se le han atribuido, por ignorancia supongo, a Ramón Casas, que es un pintor muy afamado, por poner un ejemplo de calidad pictórica. Remedios Varo tiene una obra extensa y deslumbrante, la pena es que no está en España, su país de nacimiento, sino en México, el país que la acogió cuando tuvo que exiliarse al estallar la guerra civil y extenderse el régimen franquista.

Lo positivo de mencionar a estas pintoras en la novela es que gente que la ha leído me ha comentado después que han buscado sus cuadros y sus trayectorias en internet porque no las conocían antes, que les ha sorprendido la belleza de sus obras. ¡Pues como me sorprendió a mí!

Comienzas con Rosario de Velasco, que fue una pintora paisajista y miniaturista, residente en Barcelona y discípula de Fernando Álvarez de Sotomayor. Es el primer nombre que teclea Cecilia en el documento que ha titulado ‘Fichas biográficas’. Rosario nació en Madrid en 1904.  Le concedieron la segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes por su cuadro ‘Adán y Eva’, pero de sus cuadros de madurez han quedado pocas noticias. Expones en la novela, en relación a esta autora que: ‘Precisamente fue ante el cuadro de Rosario de Velasco, en la planta Segunda del Museo Reina Sofía, cuando surgió la idea de organizar la exposición de mujeres pintoras de principios del siglo XX en la que ahora está inmersa Cecilia’. ¿Fue el cuadro de ‘Adán y Eva’, que ingresó en el Museo Reina Sofía en 1988, ¿el que te hizo escribir la novela?

Rosario no se tuvo que exiliar, como Maruja Mallo, como Remedios Varo, como Ángeles Santos. Pero también fue relegada, olvidada por la cultura oficial de la España de la postguerra. Cuando tenía veintipocos años, había ganado una medalla en  una exposición nacional y se habían creado grandes expectativas sobre ella. Pero el periodo de eclosión cultural de la II República acabó abruptamente, se implantó en España un régimen reaccionario y las mujeres artistas fueron arrinconadas. Las mujeres, en general, fueron relegadas a un segundo plano. Las creadoras perdieron espacio y posibilidades aunque fueran leales al sistema. 

Rosario de Velasco siguió pintando, y pintó mucho, según hemos visto en una exposición reciente del Museo Thyssen, pero no se le dio relevancia desde instancias oficiales. Sus obras pertenecen, en su gran mayoría, a entidades o a personas particulares. También siguieron pintando Lluisa Vidal, que se dedicó a dar clases y a pintar retratos, o. Delhy Tejero cuyas muchas ilustraciones fueron publicadas pero sin darle la fama que se merecía. Supongo que cuando se tiene una vocación tan fuerte, aunque sea para guardarlo en el desván de la casa, la pintora no deja de pintar. Aunque sea en un rincón de la casa y sin transcendencia pública.

Adela, la secretaria de Cecilia, pone de los nervios a Cecilia. ¿Cómo nació ese personaje?

Adela surge en la novela para darle la réplica a Cecilia. Adela es una mujer enfadada con la vida que proyecta su mal humor y su frustración sobre quienes la rodean, sobre Cecilia con la que trabaja durante toda la jornada. Las dos tienen la misma edad, pero son polos opuestos. Cecilia es una mujer dinámica, rompedora, con ganas de hacer y de avanzar, una mujer que trata de tener buena apariencia y de divertirse. Adela, en cambio, es un  muermo, que ni siquiera se arregla ni se viste con un poco de gracia, quizás para evidenciar su permanente malestar. No obstante, llega un momento en que la rivalidad entre ellas se desvanece. Resulta que Adela es una de esas mujeres que pudieron hacer arte, en su caso piano, y por motivos que Cecilia tendrá que averiguar en algún momento del futuro, ya acabada la novela, hubo de renunciar a sus sueños. ¡Cuántas artistas, cuántas creadoras habrán aparcado su talento en uno de los márgenes de su camino para cumplir los requisitos que le exigía la sociedad! Mujeres educadas desde la infancia para meterse en el rol tradicional de madre, responsable del hogar y, si acaso, trabajadora fuera de casa sin ínfulas de llegar a un puesto de dirección, de decisión, de lucimiento. 

Yo espero que Adela consiga algún día volver a tocar el piano. De momento, al acabarse la novela, ha empezado a hacer amigas.

La novela se divide en varias partes: ‘De noche; Segundo viernes; Tercer viernes; Último martes; Último viernes’. ¿Puedes explicar a los lectores las razones de ello?

Es una secuencia temporal. Para situar al lector en el tiempo exacto en que suceden los hechos. Si me apuras, es un mecanismo que me ayuda a mí a  situarme en el tiempo y situar al lector o lectora sin tener que indicarlo de manera explícita en el texto.

Los hechos suceden en el curso de dos semanas, entre el segundo viernes del mes de octubre y el último viernes. Quince días solo. Pero intensos.

En la novela se contrastan estilos, tendencias. Se quiere generar un contraste entre las pintoras vanguardistas, las mujeres que innovaban, que rompían con el clasicismo, con las pintoras que comenzaron su carrera en un periodo de exuberancia artística, de experimentación y de libertad, pero que luego, en los años cuarenta, se desviaron, o se acomodaron, siendo más acordes con las limitaciones que habían establecido el régimen franquista. Hablas de instalar, por ejemplo, a Julia Minguillón frente a María Blanchard, ¿cómo se te ocurrió plantearlo así?

Las pintoras de las vanguardias, con su ideario y sus ambiciones, con su afán de innovar y superar obstáculos milenarios, con su enorme capacidad estética fueron anuladas, abolidas, digámoslo así, por la implantación de un régimen dictatorial al que no le interesaba el progreso cultural y aún menos el progreso de las mujeres y su equiparación en derechos con los hombres. No las querían activas, sino dentro de las paredes de su casa. Algunas pintoras tuvieron que exiliarse porque eran de reconocida tendencia republicana. Y luego había otras artistas que, aunque no se las pueda incluir en el movimiento vanguardista, empezaron a pintar o a educarse en su arte durante las primeras décadas del siglo XX, como aquellas, mujeres que no tuvieron que marcharse de España y que siguieron pintando. Pero sin alardes, sin repercusión pública. Ellas también deben ser reivindicadas por su arte, aunque sus cuadros fueran más conservadores, más adecuados a lo que se esperaba que pintara una mujer: flores, bodegones, retratos de familia, etc. Cecilia decide incluirlas en la exposición enfrentando las obras innovadoras con las de corte más conservador, el arte de las agitadoras con el de las disciplinadas, pero aunándolas en el mismo espacio, en las mismas salas, al margen de consideraciones ajenas a su arte.

Lo que sí quiero aclarar es que todo esto se tiene que leer como ficción, pura ficción. Porque yo no soy una especialista en arte. Soy una narradora. Lo que escribo en la novela referido a las pintoras surge de la interpretación que hago de lo que han dicho o escrito los estudiosos, los críticos, los profesores que han analizado las obras de estas pintoras. En absoluto pretendo sentar cátedra o dictaminar nada respecto a la calidad de las obras o la valía de las pintoras.

Secuelas de los hábitos y prácticas discriminatorias de esa época, y de los siglos anteriores, todavía quedan en nuestro tiempo. Los estudios sobre la situación de las mujeres evidencian avances en nuestro entorno. En España, estamos, a grandes rasgos, en mejores condiciones que hace cuarenta, sesenta o doscientos años. Las mujeres que pintan, que escriben o que componen música tienen oportunidades, tienen referentes, tienen espacio, tienen energía, tienen incluso respaldo social. Igual que las mujeres que investigan o diseñan edificios. Pocos son quienes se atreverían ahora a calificar a las creadoras como  brujas o como enloquecidas. Ningún padre, marido o hijo tiene autoridad moral para impedirle a una mujer que ejerza la profesión que ella elija o que se dedique a su arte. Sin embargo, hay barreras porque para que la artista surja y prospere se requieren unas condiciones culturales, sociales y económicas que no todas las mujeres alcanzan. Ni en nuestro país ni en otros muchos países de este y de otros continente. Yo me temo que muchas mujeres no llegarán a ser nunca las artistas que podrían haber sido a causa de sus circunstancias vitales. Que su talento se perderá para desgracia de la sociedad en la que habitan.

Cecilia se había estrenado como revolucionaría, en su juventud, con Yolanda, según nos cuentas, en una manifestación ilegal convocada por los partidos democráticos para reivindicar la amnistía de los presos políticos, que eran números en las fechas en que se presumía inminente la muerte del dictador. Fue en esa época, que se enamoró de Alfredo, por su aspecto bohemio, sus modales de señorito subversivo y sus ínfulas de anarquista. Se casan tiempo después, tras otras experiencias, como expresas en la novela: ‘Una mañana de junio, cuando ya llevaban año y medio juntos, se casaron en el juzgado civil sin avisar ni a sus parientes ni a sus amigos de su enlace matrimonial. Nadie sacó una foto del evento. Nadie vitoreó a los novios, ni les arrojó granos de arroz a la cabeza’. Luego se divorcian. ¿Qué querías mostrar a través de todo lo que encontramos en la novela de esta pareja? ¿O es solo un medio para explicar lo que siente posteriormente la protagonista en relación a su miedo a estar sola?

Es un proceso que afecta a muchos de aquellos chicos rebeldes, o revolucionarios, de los años setenta: con los años van perdiendo idealismo, afán de luchar, se hacen acomodaticios, ególatras, falsos incluso. En Alfredo quería representar a ese colectivo de personas que se van arrugando, que han madurado en sentido muy distinto al que se hubiera augurado durante sus años jóvenes. Esto afecta a la pareja que forma Alfredo con Cecilia. Vemos a nuestro alrededor parejas que se desbaratan con el paso de los años porque la evolución de la personalidad y de los intereses de cada cual se han distanciado, porque al perder la euforia del amor romántico de los años de enamoramiento se difuminan los lazos sentimentales, la complicidad entre ellos. La alternativa es doble: se puede seguir conviviendo, en la misma casa, cada uno a su aire, como le ocurre a la prima de Cecilia y a su marido. O se puede romper la pareja, como le ocurre a Cecilia, en este caso añadiendo al conflicto el veneno de la mentira, porque Alfredo miente y engaña. 

Cuando Cecilia se resiente por estar sola y cree que añora a Alfredo, no es a él en concreto a quien añora, sino a alguien, a una persona que esté con ella en sus ratos de intimidad. Por eso busca un supuesto amor en otros hombres a los que apenas conoce. Por eso se hace ilusiones con uno al que tampoco conoce. Pero está aprendiendo… aprendiendo mucho.

En la novela hablas se Constancia Urdiz, que era una afamada bailarina de los años cincuenta, que llenaba teatros en España y Europa. ¿Cómo fue que te decidiste a meterla también a ella en la novela? 

Me inspiró este personaje una actriz mayor que conocí hace años, una gran mujer que vivía sola en su vivienda, modesta pero adornada con sus trofeos y sus fotos de sus años de esplendor.  Era una señora agradable, encantadora… A Constancia la imagino con su empaque, con su sabiduría, con su voz, incluso. Para Cecilia es una buena muestra de que se puede vivir la vida plenamente estando sola en una casa. Que la satisfacción de haber hecho lo que te pedía tu corazón o tu mente te ayuda a seguir adelante manteniendo la calma y un amago de felicidad. Constancia es un referente para Cecilia cuando ella especula sobre su futuro.

Cecilia expresa que quisiera parecerse a otro personaje que aparece en la novela, cuyo nombre es Liliana. ¿Cómo nació ese personaje? ¿Puedes explicarles a los lectores la razón por la que quiere parecerse Cecilia a ella?

Cecilia admira a Liliana por su valentía, su optimismo y su energía. Cierto es que Liliana vive en unas circunstancias que Cecilia desearía para sí: tiene una pareja a la que ama y con la que se entiende, y tiene un hijo por el que se desvive. Tiene amor, tiene compañía sentimental. Pero además de esa suerte emocional, Liliana es una mujer valiente, que no se oculta detrás de una máscara para que no la ataque una sociedad en la que el amor entre dos mujeres está tolerado pero no totalmente aceptado. 

Cecilia querría para sí el optimismo de Liliana, su capacidad de enfrentarse a las circunstancias adversas, su entusiasmo y su buen humor permanente. Todo ello adobado con la admiración por la eficacia y destreza con que Liliana cumple sus funciones como restauradora en el sótano del museo.

En la novela hablas de Delhy Tejero, que nos muestras que decía que, ‘si no pudiera pintar en un lienzo, pintaría mentalmente’. Expones también: ‘Fue una mujer que eligió la soledad para ser y actuar sin trabas, ateniéndose a su criterio y sus aspiraciones’.  Muchas mujeres para poder crear, han tenido que dejarlo todo por incomprensión de los de alrededor. ¿Crees que sigue sucediendo porque no se sigue respetando que la mujer haga lo que realmente quiere?

Creo que las cosas han cambiado un poco, que hay mujeres que pueden eludir el sacrificio de la faceta sentimental, maternal, doméstica que aquella directora de cine me indicó como imprescindible en el logro de sus metas y su éxito profesional. Ahora vemos que hay mujeres, no muchas, eso sí, en todos los campos: en el arte, en el deporte, en las empresas, mujeres que compatibilizan su oficio y su vida social, con las relaciones de pareja y la maternidad. Pero todavía no hay equilibrio entre unos y otras. Se van adoptando medidas, pero todavía no cubren todos los campos. 

En este panorama más positivo ha influido que los hombres se hayan incorporado a las tareas de casa y los cuidados de los hijos. Eso supone una ventaja y un aumento de las posibilidades de las mujeres que deciden ser madres. Pero todavía, en este país y en este siglo XXI, tenemos que escuchar alabanzas desmesuradas a las mujeres que dejan la actividad laboral para criar niños y críticas despiadadas a las que llevan a sus hijos a la guardería para seguir ejerciendo su oficio. Todavía hay mala conciencia en mujeres que han optado por progresar en su trabajo y no han tenido tiempo, voluntad u ocasión para engendrar. En ese aspecto estamos en gran desventaja con los hombres porque ellos pueden compatibilizar el ascenso laboral y la paternidad sin trabas y sin limitaciones. Ellos gozan de la permisividad de la sociedad y tienen detrás a mujeres que cuidan de sus hijos.

Otras obras tuyas son ‘Viaje de Guendolina’ y ‘Balcones, caminos y glorietas de Madrid: Escenas y escenarios de ayer y hoy’. ¿Puedes decirnos de qué tratan cada una de ellas y si tienen algo en común con la novela de la que hemos estado hablando?

El Viaje de Güendolina es una novela con tres personajes de muy distintas circunstancias a los que une la lectura de un libro. Natalia, directora de una clínica dental encuentra abandonado un libro en el asiento de un autobús y se lo presta a su vecina, Gabriela, una chica que se cierra al mundo a causa de lo que ha sufrido en su entorno doméstico. Ella a su vez se lo presta a Carlos, su profesor de literatura. Estos tres personajes tienen un elemento en común con Cecilia, los tres andan solos por la vida, aunque para ellos no es un problema una elección para defenderse de su entorno. La amistad que los une, gracias al libro que leen, los ayudará a desenmascararse, a desvelar sus problemas y bajar las barreras con las que se aíslan del mundo que los rodea. Como en “Ultimo viernes….”, intento hacer un elogio de la amistad, de la solidaridad entre personas de distintas edades, vivencias y tendencias.

En cuanto a Doce siglos de historias de Madrid, es una mezcla de relatos de ficción que suceden en las calles y las plazas, de las que cuento su historia real, la de sus edificios y su desarrollo urbanístico. Aquí los personajes de los relatos son muy variopintos, porque mi propósito era reflejar la variedad enorme de tipos que habitan la ciudad en la que vivo y en la que he trabajado, recorriendo sus barrios, durante muchos años. 

También quiero mencionar dos libros de relatos que se han editado el año pasado. “Del amor y sus desvaríos, luz y penumbras”, una recopilación de cuentos que tienen como tema el amor, pero no el amor romántico e ideal sino el que a veces causa dolor y un tanto de locura. El segundo se titula “En senderos cotidianos” y son cuentos en los que los protagonistas son gente corriente, de a pie, personajes que me han inspirado personas reales que he conocido en algún momento de mi vida cotidiana, o ejerciendo mi trabajo. 

Y como no quiero desvelar más de esta magnífica novela, te hago la última pregunta: ¿qué añadirías a esta entrevista para terminar? Seguro que es algo interesante.

Lo que siempre quiero hacer constar es lo importante que es para una escritora encontrar lectores, personas que se interesen por lo que tienes que decir, por el resultado de muchas, muchísimas horas de soledad, en la única compañía de tu imaginación y de tu ordenador. Escribir es un trabajo solitario y eso a veces resulta duro. Pero cuando está rematado el relato, la novela, cuando lo has corregido diez o quince veces, cuando sale de tu ordenador y alguien lo lee se puede sentir una satisfacción grandísima. Hacerte entender, transmitir tus emociones, dialogar con el destinatario de la obra, que es quien lee, sin que tú lo elijas... Escribimos porque nos lo pide el cuerpo, o el alma, o lo que sea, pero escribimos con el deseo de compartir, de disfrutar con otras personas de lo que inventamos, de escuchar sus interpretaciones. Seguramente, a las pintoras les ocurría lo mismo. Pintaban porque el impulso era fortísimo pero ellas querrían exponer sus obras, encontrar al destinatario de su creación. 

Por eso te agradezco aquí mismo que hayas entrado en mi novela y la hayas leído con tanta atención.

                                           Juana Ma. Fernández Llobera

 

 

 

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