CONVERSANDO CON MARÍA TOCA
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CONVERSANDO CON MARÍA TOCA

Una historia profunda con emociones a flor de piel

María Toca | 28 mar 2025


‘Prototipos’ de María Toca

Una historia profunda con emociones a flor de piel

Buenas tardes, María.

Esta entrevista nace a partir de la lectura de tu obra ‘Prototipos’, que me ha dejado pensativa durante días a raíz de las distintas historias de personajes distintos que he hallado en ella.

J.M.: Antes de hablar de tu obra, me gustaría que nos hablaras de ti. Que nos narrases dónde has nacido, dónde resides, cómo es tu labor de coordinadora, editora y redactora de La Pajarera Magazine, qué anécdota puedes contar en relación a tu labor como articulista del diario de Cantabria, cómo ha sido tu experiencia en la radio, y todo lo que quieras añadir que consideres que pueda ser de interés para nuestros lectores.

M.T.: Nací en Santander, en las afueras, en un barrio popular. Sigo residiendo en la misma ciudad que amo profundamente aunque a veces me tengo que escapar porque su ambiente puede ahogar un poco. Santander es deliciosa…pero su conservadurismo  resulta irrespirable. Cuando me noto agotada, marcho a Madrid y en unos días se me pasa y me vuelven las ganas de mi pequeño paraíso norteño. Viví unos años en A Coruña donde nacieron mis hijos,  de donde me traje un profundo amor por Rosalía de Castro y su poesía, también Castelao,  la comida gallega y sus paisajes inolvidables. 

Siempre me ha apasionado el periodismo, y la actualidad. Creamos La Pajarera Magazine un grupo de personas que poco después se disolvieron hasta quedar solo yo. Una empresa que cuesta dinero, tiempo y trabajo y no genera beneficios no es algo que atraiga mucho… En nuestras páginas recogemos relatos, poesía y opinión de la gente que se acerca a ella, sin más preámbulo que la libertad. Tenemos las líneas rojas de rigor: no machismo, nada de xenofobia, racismo, homofobia. Salvo eso, todo es posible.

Poco después me fueron llegando propuestas de prensa, también de radio. Todas marginales, de lugares tan libres como La Pajarera Magazine, que me permiten expresarme, contar la realidad que percibo, desde una postura independiente. No depender de financiación ajena, ni de publicidad, ni de subvenciones da mucha libertad. A esta altura de mi vida (siempre fue así, lo confieso) a lo que aspiro es a seguir haciendo y diciendo lo que me da la gana. 

Como anécdota hermosa tengo una. Entrevisté a uno de los participantes en el atentado del club Scala de Barcelona. Fue algo terrible, todo un montaje del ministerio de Interior de entonces. Pepín, mi entrevistado, había estado en la cárcel 16 años, sin culpa. Viejito vino a dar unas charlas y lo conocí. Publicamos la entrevista y de pronto recibo una llamada de una mujer que le conoció en su juventud, cuando ambos luchaban contra la dictadura. Pensaba que había muerto, me pidió que les pusiera en contacto, cosa que hice con mucho cuidado, no fuera una loca o alguien que le quería mal, y volvieron a encontrarse cuarenta años después. 

Luego  he realizado entrevistas de familiares implicados en la terrible represión de la postguerra española que han sido desgarradoras. He llegado a casa en varias ocasiones con el corazón en un puño. Cuando dolor se ha silenciado, cuanto plomo han tenido las familias españolas del bando que perdió la guerra. Dar voz a esa gente, es lo mejor de mi vida. Por ello merece la pena  el esfuerzo  de mantener La Pajarera Magazine viva.

J.M.: A lo largo de tu bagaje como Escritora has tenido varios premios y has quedado finalista en muchos. ¿Cuál de los Premios te  sorprendió más recibirlo y cuál es la razón?

M.T.: Soy muy descuidada. Me enteré de que era finalista con opción a premio del Hemingway pasados muchos meses y de forma casual. Me invitaban a participar de la fiesta donde darían los nombres de los premiados. No fui porque leí por encima el mail -estaba en francés y lo entiendo malamente- eso es lo que me perdí. El más emotivo fue el que recibí del Ateneo de Onda porque era de novela y yo, padeciendo como tantas el síndrome de la impostora, me dije a mí misma: si te dan un premio, si te han leído profesores y una filóloga, lo mismo vales para esto. Y me supuso empezar a pensar que esa pasión por escribir, esa vocación que desde niña me ha acompañado podía ser seria, dar sus frutos. Me he formado porque creo que se puede tener aptitudes, pero hay que aprender, no a escribir que eso viene de serie,  sino a estructurar las historias, a construir los relatos, a buscar tu propia voz. Ese premio a mi novela, Son celosos los dioses, fue mi confirmación. Por eso, quizá, la destaco. El resto han sido agradables, pero no tanto como el momento en que me llamaron desde Onda para decirme que estaba premiada. Sigo recordando ese momento como algo muy feliz.  

J.M.: Comienzas tu obra ‘Prototipo’ con un fragmento de ‘El barco ebrio’ de Arthur Rimbaud. ¿Por qué elegiste en concreto ese fragmento y por qué elegiste a ese autor?

M.T.: Rimbaud era pura explosión de pasión vital. Esa estrofa en concreto rebela la inflamada pasión de vivir y creo que extracta bien lo que mi novela cuenta. La vida es enrevesada, compleja, a veces nos da golpes infames pero seguimos con la misma fuerza, la del superviviente. A veces la poesía extracta en pocas líneas lo que necesita de trescientas páginas para contarse. 

J.M.: Dedicas el libro a Luis, ‘por siempre, para siempre’. He visto que en otras ocasiones también le has dedicado otras cosas literarias tuyas. ¿Puedes decirnos de quién se trata y cuál es la razón de que sea tan importante para ti?

M.T.: Luis era mi hijo pequeño. Mi pequeño que siendo un hombretón de 37 años se murió dejándonos en plena desolación. Mi hijo es motor y fuerza que sigue moviendo mi vida porque a pesar de su edad y de que éramos, ambos, muy independientes, estábamos profundamente unidos. Era mi pequeñín de 1,83 cm. que nos dejó un hueco irrellenable. Todo lo que escribo va para él, porque sé como hubiera gozado de mi obra, no por su supuesta valía sino porque la hacía su “mama” y eso era suficiente. Es fuerza y motor de mi vida.  

J.M.: A lo largo de tu obra nos muestras a distintos personajes en los que profundizas mucho en lo que les ocurre, en sus sentimientos. ¿Has tenido experiencias con esas personas que describes para poder hablar de ellas hasta ese extremo?

M.T.: Las novelas, al menos las mías, parten de algo que he visto, vivido, escuchado o percibido. Yo he sido madre divorciada sin pensión, autónoma, con dos hijos a mi cargo. Sé bien lo que supone hacer cálculos para pagar hoy la luz, mañana el teléfono…o no porque había veces que había que cortarlo para poder comer. Sé muy bien lo que es vivir en precario y que tu hijo te diga que las playeras están a puntito de caer y romperte la cabeza para buscar de dónde sacar para comprar unas nuevas. La desesperación de algunos de mis personajes la he sentido yo innumerables veces. Hay retazos de mi vida en esa novela, como en todas, pero no es para nada autobiográfica ni de lejos. El hilo del que tiré fue una historia que una noche después de trabajar me contaron. Subí a mi casa y comencé a escribirla. El formato de entrelazar personajes, de noria vital, me lo dio la propia historia. Quería construir un mosaico de vidas que circulan en paralelo con el común de la precariedad. Contar la historia de vivir en el borde del abismo a través de unos cuantos personajes.

J.M.: El primer personaje del que nos hablas es Ana Serrano. Al poco tiempo te das cuenta de que los personajes tienen relación de un modo u otro con ‘La Montiel’. ¿Puedes explicar un poco a nuestros lectores el hilo conductor de toda la obra y qué relación tienen con ese personaje?

M.T.: Ana Serrano es la historia que escuché. Una mujer que tiene escrúpulos para hacer algo que la permita sobrevivir con más holgura, una disyuntiva trágica para una madre, para un persona formada, profesional, orgullosa a la que la vida la ha puesto en un brete difícil. Llevar dinero a casa a costa de hacer cosas que no le gustan nada. La Montiel es una bestia de la vida. Es la superviviente que ha bregado desde la desolación y el abandono haciéndose dura como el pedernal. La tarea del relato ha sido desgajar las capas de coraza que se echó encima hasta descubrir su fragilidad, su desconcierto ante la vida y el amor que siente, a pesar de todo. Es un personaje tan bruto como tierno. Una de mis favoritas. Y también es la mandamás que encara la historia.

J.M.: A través del personaje de Ana Serrano nos hablas de la huella que deja el paso del tiempo en nuestros cuerpos y que, dicha huella puede restarnos oportunidades cuando el físico es importante para esa tarea. También hablas de la falta de medios por no tener un empleo fijo. ¿Qué es lo que querías transmitir realmente al lector? ¿Es un personaje que conociste o procede de tu mundo interno?

M.T.: Por un lado, el físico nos marca a las mujeres. Creo que cada vez menos porque hemos tomado cartas en el asunto. Es duro pero parece que las arrugas envejecen solo a las mujeres, la barriguita o las estrías nos afean solo a nosotras…Es terrible. Y condiciona para todo. Hace poco leía un artículo en donde una mujer escritora se quejaba de que, si fuera joven y guapa, tendría menos dificultad en editar. Y lo constatamos si miramos la pléyade de autoras (reconozco que también la juventud prima en los escritores, pero mucho menos) Una mujer joven y guapa tiene ventajas…y graves inconvenientes también, porque pueden no tomarla en serio. ¿Cómo tú estando tan buena vas a ser seria? Eso ocurre en cualquier actividad. No debemos ser ni guapas ni feas, ni jóvenes ni viejas. Ni gordas ni demasiado delgadas… Es un sinvivir. 

Y luego está la inseguridad laboral. Como te he dicho, he sido autónoma toda mi vida, la sensación de abismo, de no saber si mañana habrá o no trabajo, de qué hacer si enfermas, es dura. Luego te acostumbras a vivir en precario sin seguridad, pero agota. Mis personajes viven así. Hoy comen, tienen casa, no saben qué pasará en un futuro cercano y eso es abrasador. Quería contar la desesperanza que se da en lugares humanos que no parecen lo que son. Gente normal que camina entre nosotras y viven un drama silencioso.

J.M.: El segundo personaje que nos encontramos es Jaime Le Braun. Vive en la miseria, sin caso para comer, porque cobra una prestación pequeña que no le alcanza para poder vivir dignamente todo el mes. Lleva diecinueve meses sin trabajo. Fue hijo póstumo, ya que su padre murió antes de que él naciera. Su madre desde un principio lo alentó diciéndole que era muy guapo y que llegaría lejos, pero nada más lejos de la realidad, aunque él lo atribuye a que no saben ver su potencial, no a nada que proceda de él. ¿Cómo nació ese personaje y que es lo que quieres transmitir a los lectores con él?

M.T.: Por curioso que parezca, es el más real de toda la novela. He conocido a un tipo muy parecido a Le Braun. Guapo, al que su madre mimó hasta hacerle irresponsable, que marchó a Madrid para ser actor o modelo…y la gran ciudad lo devoró. Era algo parecido a un amigo que me confesó un día que había dormido muchas noches en el coche por no poder pagar una habitación, que comía en los cocteles a los que iba de invitado lleno de glamur y que pasaba hambre. El tipo real se casó con una señora rica que al ver su narcisismo lo largó. Había tornado a Santander y vivía con esa madre que seguía considerándolo poco menos que Alain Delon. Cambié cosas, claro, cuando escribes se te marchan los personajes, pero su base es muy real. 

J.M.: Con el personaje de Andrea La Brea, nos hablas de un hombre que se viste de mujer y que vive la copla ‘con la pura exaltación de quien siente suyas las vivencias cantadas. Imita a Concha Piquer y llega a ser especialista en ella. ¿Es el personaje, en el fondo, más cercano a la Montiel en el sentido de la pasión que pone en escena?

M.T.: No, Andrea La Brea es una mujer en un cuerpo masculino. Ya sé que esto que digo es polémico y bien que lo siento, pero existe. He conocido a las suficientes para saber que es así. Personas machacadas por la sociedad, errores humanos, los/as consideran y se ensañan con ellas. Andrea no pierde la capacidad de amar, la ternura, la inocencia a pesar de todo. Es el personaje más limpio, más hermoso de la novela porque los golpes, las humillaciones no lo han endurecido como a La Montiel; sigue amando a su odiosa madre, confiando en los hombres. Solo quiere que le quieran y me parece tan tierno. He conocido gente así y ha sido un orgullo sentirles cercanas.

J.M.: ¿Qué destacarías del personaje de La Montiel? ¿Con qué personaje tiene mayor afinidad y cuál es la razón de que sea así?

M.T.: De La Montiel destaco una virtud que valoro mucho. La fidelidad. No hablo de fidelidad de parejas, no, lo que valoro es esa férrea pertenencia a los tuyos. Da igual si se equivocan, da igual si se caen. Es tu gente. Y ella lo lleva, a pesar de su dureza, al ámbito laboral, incluso. Las exige, las tiraniza, pero es su gente y que no se la toquen. Me parece un valor un tanto mafioso pero me gusta. La Motiel tiene afinidad con Rosario, porque se entienden perfectamente ya que salen de la misma calle, de la misma zona marginal de la vida. Y por la soledad. Ambas han caminado solas mucho tiempo. La soledad genera una solidaridad tremenda, las personas solitarias sabemos que podemos fiarnos de otra solitaria.

J.M.: De todos los personajes que salen en tu obra, ¿a cuál destacarías y por qué?

M.T.: Quizá a Andrea La Brea, ya te he explicado mi debilidad por ella. Es el personaje más zurrado y que menos lo merece. Esa compra de marrons glacés con el poco dinero que tiene para regalárselos a su madre que la desprecia y maltrata, la define. La resbala la maldad, pone siempre la otra mejilla y eso me deslumbra y emociona, porque esa forma de ser es muy distante conmigo. Hay gente así, poca, pero son deslumbrantes.

J.M.: ¿Es el personaje de Rosario el que sirve de intermediario y a la vez en el que convergen los demás? ¿Puedes explicar a nuestros lectores el peso que tiene en la obra dicho personaje?

M.T.: Rosario es el nexo. La antítesis de Le Braun, porque ha vivido casi lo mismo pero no se ha engolfado tanto, aunque aprendió a sobrevivir, a tragar quintales de orgullo porque no queda otra. Rosario es la superviviente pura. Hay un grito ante la aptitud escrupulosa de Ana, por el trabajo que tienen que hacer, en el que le dice: “que coño es la dignidad, dignidad es que tu nena coma plátanos, que la puedas poner la wifi y no te siga puteando tu ex ¿de qué me hablas cuando esgrimes la dignidad? dignidad es vivir” O algo parecido porque hace tiempo que lo escribí y jamás releo porque me enferma ver los fallos que tengo. 

Ese grito de rabia, de andar a ras de suelo, de dejarse de moralinas, es el nexo que une a los personajes. Creo que es la voz de la calle, que está llena de Rosarios que tienen que comer mucha mierda para sobrevivir con cierta decencia. 

J.M.: Si tuvieras que elegir dos personajes de tu obra, ¿a cuáles elegirías y cuál es la razón? 

M.T.: Creo que ha quedado claro ya. Presentando la novela me reprocharon que no mostraba cariño por los hombres, que los personajes masculinos resultaban antipáticos. Me reí mucho ante la observación,  pero es cierta. Quizá sea fruto de la experiencia, aunque mis hijos son hombres. Sería amiga de Ana, de Rosario también. A La Montiel le haría una entrevista humana, a Andrea la acogería en mi casa y le pediría que me adoptara como madre. A ellos, no. Solo el guitarrista me merece respeto, que es gitano por cierto y aporta cierto optimismo a un final abierto y no muy positivo. 

J.M.: ¿Puedes explicar a nuestros lectores la razón que te llevó a introducir el personaje de Porcioles?

M.T.: ¡Oh! Porcioles…Vivo en Santander, quizá eso lo explique un poco. Como Chirbes que vivía en la costa Mediterránea y escribía sobre esa casta de gentuza que exprime el alma a los demás sin piedad. En mi ciudad los constructores son genuinos. Mira, Santander se quemó entera en 1941,  en la reconstrucción echaron a los damnificados al extrarradio, le dieron los terrenos del centro a unas cuantas familias, créditos a fondo perdido para que construyeran a su antojo. Sin leyes, en plena postguerra. Las fortunas santanderinas vienen de ahí. Tú te paseas por el Paseo de Pereda, vas al Tenis o al Marítimo y te vas a encontrar a unos cuantos Porcioles, que unen su patrimonio a una horterez de nuevo rico, de rico sin pedigrí, con el gesto perpetuo en la boca de oler mierda, y la mirada del prepotente que con dinero se cree inmortal. Santander da nombre a un banco…Quizá eso te explique un poco. 

J.M.: Como no quiero desvelar demasiado de tu obra, para terminar, ¿qué añadirías para redondear la entrevista?

M.T.:  Que amo escribir y eso es muy poco original. Que creo que una novela y espero que las mías sean así, te dan un puñetazo en  mitad del pecho y sales de ellas diferente a cuando entraste. No quiero escribir para divertir, o para solamente gustar, quiero mover, quiero contar historias y que la gente al leerlas sienta que andan por su salón, por su baño. Creamos vida cuando contamos historias. Somos diosecillas que hacemos mundos donde habitan personajes que me encantaría se vieran como personas. 

Ese es mi sueño al hacer narrativa. 

Una entrevista de Juana Ma. Fernández Llobera

 

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