‘El hierro de tu piel’ de Paloma Ulloa
Supervivencia tras el maltrato
Fases por las que se pasa
Esta entrevista nace porque la novela ‘El hierro de tu piel’, de Paloma Ulloa, trata de un tema delicado, que preocupa mucho, por las víctimas que ha ocasionado la violencia machista. La protagonista de esta novela comienza a tejer una conversación imaginaria con su maltratador para comprender todo lo que le ha ocurrido. Esta novela narra, en primera persona, la experiencia de una mujer que deja de ser una víctima de la violencia machista para convertirse en una superviviente. Particularmente, pienso tras leerla, que puede ayudar a muchas mujeres que han pasado por ese trance, porque a lo largo de la novela se ven las dudas que surgen, los sentimientos que afloran, cómo se va saliendo poco a poco de las secuelas de todo ello que, aunque es difícil, no es imposible. Leerla, quizás ayude a alguna mujer que está en ese infierno a conseguir salir de él antes de que sea demasiado tarde.
Buenas tardes, Paloma.
J.M.: Antes de hablar de tu novela, que tanto interés ha suscitado en mi, me gustaría que nos hablaras de ti, para que nuestros lectores conozcan quién está detrás de ella. Podrías comenzar hablando de dónde naciste, dónde resides actualmente, a qué te dedicas aparte de a escribir. En 1989 publicaste tu primer cuento, cuyo título es ‘Las adivinanzas del rey del mar’, con la Editorial Escuela Española, ¿qué sentiste en ese momento y qué significó para ti ese primer paso?
¿Por qué elegiste ese género en primera instancia? ¿Qué te llevó a ello? Y lo que quieras añadir, que creas que es importante.
P.U.: Nací en Yverdon Les Baines (Suiza). Soy hija de la generación de emigrantes de los años 60 que salieron de una España difícil buscando una vida mejor. Aunque mis padres decidieron regresar pocos años después de que yo naciese, este hecho me ha dejado una huella evidente en mi manera de ver el mundo.
Como la mayoría de los escritores, me gano la vida con otro trabajo. En mi caso un trabajo administrativo que nada tiene que ver con mi faceta creativa.
Vivo en Madrid, una ciudad que, con sus luces y sombras, siempre he amado gracias a los muchos paseos que di con mi padre cuando era niña. Como consecuencia de ese amor, nacieron dos libros: “Madrid al detalle. La aventura de mirar hacia arriba” (Editorial Complutense, 1997) y “Cuaderno de viaje de Madrid” (Ediciones Buchmann, 2007), ambos muy personales.
Publiqué por primera vez en 1989 - “Las adivinanzas del rey del mar” –. Fue muy emocionante ver una obra escrita por mí a la venta en librerías pero, además, el hecho de que fuese Carlos Murciano (Premio Nacional de Poesía en 1970, y Premio Nacional de Literatura Infantil en 1982 – entre otros muchos reconocimientos-) quién la eligiera para la colección que él dirigía en Escuela Española fue todo un honor.
La literatura infantil es el primer contacto vital con los libros. A través de ella se abre la puerta al amor por los libros y a la formación de los futuros lectores adultos. Por eso es tan importante. Es fundamental fomentar la lectura desde la más tierna infancia, enfocándola desde el disfrute y el desarrollo de la curiosidad y la fantasía.
J.M.: Dedicas el libro de la siguiente forma: ‘A todos aquellos que han sido maltratados y han tenido la valentía de levantarse y seguir viviendo’. ¿Qué te llevó a hablar de dicho tema?
Hay muchos ejemplos de heroínas anónimas que se van colando cada día entre las líneas de los periódicos. Me pareció importante intentar entender y explicar cómo cualquier mujer, sujeta a una relación tóxica, independientemente de su condición social o cultural, puede caer atrapada en el maltrato, el sometimiento y la manipulación. Pero sobre todo quería hablar de las supervivientes. Quería explicar lo fuertes que son estas mujeres; la resiliencia y la fortaleza que deben tener para no dejar que nadie conozca su dolor cuando aún están atrapadas; y también para encontrar el coraje de salir de un lugar tan oscuro.
Para escribir esta novela leí mucho: perfiles psicológicos, estudios de trabajadores sociales y psicólogos que trataban a mujeres en recuperación, pero fundamentalmente testimonios de supervivientes a las que quise dar voz a través de este libro.
Después de la publicación recibí varios mensajes de mujeres que habían padecido este drama y me resultó particularmente conmovedor que me confesaran que se habían sentido muy identificadas con la protagonista. Sin duda esa, para mí, ha sido la mayor satisfacción.
J.M.: La novela está dividida en tres partes, en las que se va viendo la evolución, a todos los niveles, de la protagonista. ¿Podrías explicarles a nuestros lectores la razón de esa división?
Lo dividí de esa manera para intentar recrear las tres fases del proceso que vive la protagonista.
En la primera fase, muy traumática, la víctima se refugia en la negación y, en cierto modo, regresa al sometimiento, a las rutinas aprendidas. No sabe lo que puede y lo que no puede hacer porque ya no está la voz de mando que, durante mucho tiempo, le había dominado.
En la segunda fase llega la aceptación: comienza a entender qué le ha pasado y por qué. Restaña las heridas. Lidia con la vergüenza, con el miedo al futuro, con el vacío. Aquí, mientras la protagonista va hablando/escribiendo, se va encontrando a sí misma, va permitiendo que otros entren en su vida, va rompiendo el aislamiento.
La tercera fase es un momento de la reconstrucción. Recupera la ternura, una libertad titubeante y sobre todo la autoestima. Al final de la novela la protagonista deja atrás la culpa y da el primer paso para comenzar una nueva vida convertida ya en una superviviente.
J.M.: Tu novela comienza de la siguiente forma (a mí me impresionó, aunque sé que es una realidad de la que hay que hablar): ‘Me quedé allí tirada viendo como la sangre se expandía por los meandros del vestido. Tú estabas de pie, me mirabas con los ojos desorbitados, enloquecidos. Resollabas por el esfuerzo. Tu piel brillaba mientras las sirenas arañaban el aire, cada vez más cerca. Durante un momento la paz invadió mi mente y después me perdí, flotando en la nada. Creí que todo había terminado. Que por fin podría descansar’. Es un inicio claro que te lleva en cuestión de segundos al tema primordial y te presenta a la protagonista, que acaba de recibir una paliza. Luego veremos que casi le cuesta la vida. ¿Cuál es la razón de que quisieras comenzarla así? ¿Cómo surgió la idea?
Tardé en decidir cómo comenzar a escribir este texto que, en un principio, iba a ser un relato, pero concluí que, para que mi narrativa fuese coherente, debía empezar desde el punto más oscuro, desde el instante en el que, tras la última paliza, la protagonista lo único que desea es que se termine el infierno, aunque sea a costa de su propia vida. Sé que ese inicio tan duro ha frenado a muchas lectoras, pero mi intención fue que, a partir de esa escena desgarradora, la novela se abrirse, paso a paso, hacia la luz y la esperanza.
J.M.: Cuando vuelve en sí, la protagonista ve que está en un hospital, conectada a varios aparatos (‘como una mosca atrapada en una tela de araña’- expones). Otra descripción que me parece muy significativa y que deja patente el dolor producido por otra persona: ‘Todos ven y tocan mi cuerpo. Un cuerpo que parece un mapa. El mapa del dolor acumulado que has ido esculpiendo en mi carne’. ¿Te han comentado, algunas mujeres, que esa dependencia consecuencia de estar muy mal, sin poderse valer, la sienten como humillante?
Para escribir esta escena he usado, por una parte, la experiencia de mujeres que han sido apalizadas por sus parejas y han acabado hospitalizas y, por otra, las emociones que cualquiera de nosotras hemos sentido al ser, por ejemplo, operadas: la seminconsciencia de la anestesia, el dolor que va y viene, la sensación de no saber con exactitud dónde estás, de perder la identidad y hasta la dignidad al tener que aceptar que otros te toquen, te laven, te curen y hasta soporten la indignidad de las servidumbres de tu cuerpo.
J.M.: En la página veintiuno de la novela, que está en la primera parte, hay un párrafo que expresa: ‘La verdad es que no sé por qué hablo contigo de estas cosas. Estoy segura de que no te interesan, pero, quién sabe, tal vez de un modo perverso, te echo de menos. Nadie me habla de ti y yo no quiero preguntar. Me da vergüenza. Siempre me ha dado vergüenza que los demás supieran. Me aterroriza la condescendencia. No sabría cómo vivir con ella. Los golpes puedo soportarlos, la piedad no’. ¿Crees que uno de los problemas de que las mujeres que viven esa situación y que no huyen es, en parte, por eso? ¿Crees que se da en primera instancia un sentimiento de amor-odio, como el que tienen las víctimas de abuso sexual en la infancia por un progenitor, salvadas las diferencias? Lo digo, porque en un principio, las suelen tratar bien y las enamoran, para pasar luego al maltrato haciéndolas sentir culpables de que los irritan.
Seguramente hay muchos matices, pero yo creo que, en general, todo nace de un sentido idealizado del amor; un amor mal entendido en el que no se admiten fisuras; un amor en cuyo altar se sacrifica todo lo demás. Cuando se desata ese infierno, el maltratador culpa a la víctima de sus reacciones violentas y ella perdona y oculta el horror detrás de mil excusas: estrés, preocupaciones, celos. Y en ese proceso la mujer maltratada pierde poco a poco su autoestima, se aísla porque se avergüenza de lo que le ocurre y no quiere que nadie lo descubra.
Yo no me atrevería a hacer paralelismos con los casos de abuso sexual en la infancia porque desconozco ese campo, pero es verdad que, en la novela, la protagonista habla del momento en que se enamoró como de una etapa hermosa en la que él le abre las puertas de la vida de los adultos, de las primeras caricias, y lo describe como una fase de felicidad plena, así que puede que existan paralelismos.
J.M.: La protagonista le cuenta a la Psicóloga que la va a ver, que se imagina hablando con su agresor y ésta le responde que igual sería buena idea escribir cartas como terapia, pero como aún no puede escribir, lo graba en un móvil que le facilita ella. Es una forma de ordenar hechos e ideas. Es la primera vez que habla de ello, porque antes tenía la máxima: ‘Lo que ocurre en casa, se queda en casa’. ¿Crees que ese es el primer paso para salir de ello?
Sin duda el primer paso para superar un trauma es hablar de él (o escribir sobre él). Como compartir cosas tan íntimas y lacerantes con una tercera persona puede ser muy difícil, dirigirse a uno mismo a través de un diario, o escribir cartas (en este caso al agresor) es una forma de reordenar los recuerdos para verlos desde otra perspectiva, para comprender las razones y, sobre todo, para salir de la trampa del dolor.
J.M.: En la novela das mucha importancia a las personas que ayudan a la protagonista a restablecerse, desde enfermeras, auxiliares de clínica, médicos, mujeres que coordinan el grupo de supervivientes, abogadas, psicólogas, psiquiatras. Realmente son personas extraordinarias sin las cuales sería muy difícil salir de todo ello. ¿Crees que no se valora suficientemente su labor en esas tareas tan arduas?
Creo que la mayoría de la gente es muy consciente de la importancia que tiene la labor que hacen todos los trabajadores de la sanidad y de los servicios sociales (y las valiosísimas asociaciones de mujeres supervivientes del maltrato). Aunque sería bueno que los medios de comunicación y las instituciones subrayaran esa labor más a menudo porque ellos son los cimientos sobre los que fluye (o debería de fluir) una sociedad sana y ecuánime. Teneos que ser conscientes de que las sociedades que no cuidan de los suyos no son sociedades del primer mundo, son sociedades subdesarrolladas emocionalmente que culpan a los “desheredados” de su mala fortuna.
J.M.: En la página veintinueve hablas del laberinto de los controles que hace el maltratador, como la revisión de la ropa; la comprobación de los mensajes de móvil; la rutina de la supervisión asfixiante de los gastos, etc. Pienso que se te anula tanto que no eres capaz de ver todo ello. ¿Qué piensas al respecto?
Todo eso es un proceso lento en el que la víctima va aceptando como normales, cosas que no lo son. Va admitiendo los argumentos de control del maltratador: lo hago por tu bien; así pareces una cualquiera que va pidiendo guerra; sabes que como yo te quiero nadie te va a querer; qué habría sido de ti sin mí, etc. En fin, es una lluvia fina que termina calando. Además, en aras de ese amor idealizado, a la víctima, al principio, no le cuesta ceder, hasta que llega un momento en que lo único objetivo es evitar que él se enfade y estalle, mantener la paz, evitar el enfrentamiento. Tal vez no es que no lo vean, tal vez es que es más importante sobrevivir.
J.M.: Ya en la segunda parte de la novela, en la página cuarenta y cuatro, expresa la protagonista: ‘No recuerdo con certeza cómo esa intimidad tan tierna fue cambiando. Pero hubo algo en ti que se endureció. Cuando notabas que tú cercanía me excitaba, me rechazabas, dulcemente al principio, con brutalidad después’. A mí, algunas mujeres, me han contado algo similar, que al igual que a la protagonista, las llaman zorras, para luego pasar, cuando tú mantienes la distancia, a las humillaciones, vejaciones, para acabar con violaciones. Para ellos eres una propiedad, y actuando de esa forma consiguen dominarte, entre otras muchas cosas, por la confusión y el dolor que te producen. ¿Crees que, en el fondo, tienen un odio muy grande a las mujeres, no solo a la que tienen en su casa?
Pienso que la actitud de un maltratador refleja una enorme impotencia que desahoga a través del dominio, la sumisión y la humillación de sus parejas (y a veces de sus hijos). En algunos casos habrá una misoginia previa alimentada por un complejo de inferioridad o por una educación muy reaccionaria; en otros puede que tenga que ver con una infancia de abusos. Aunque no se puede olvidar que muchos maltratadores son, además, grandes manipuladores capaces de ir horadando la autoestima de una persona hasta hacerla sentir inferior, inútil, mezquina. Esta lacra no sólo afecta, como muchos creen, a los colectivos más desfavorecidos. Este problema no entiende de niveles sociales.
J.M.: Hablas en la novela de las tentativas de suicidio por querer acabar con ese infierno. Entiendo que una persona esté desesperada en esa situación, pero ojalá antes de pensar en ello, llamaran pidiendo ayuda. Por favor, pedid ayuda.
¿Crees que tendría que haber más medios, todavía, para facilitar que las mujeres salieran de ese laberinto y no acabaran en hospitales con serias lesiones o muertas?
Por supuesto, cuantos más medios tengan las víctimas para pedir ayuda, mejor: teléfonos como el 016, personal especialmente formado en las comisarías, juzgados especializados, todo eso es un cimiento imprescindible, pero antes de llegar ahí, el primer paso que deben dar estas mujeres es admitir que tienen un problema; el segundo, enfrentar su miedo y superarlo para poder pedir esa ayuda.
Creo que, en este momento, en España, las víctimas están menos solas, aunque quede aún mucho por hacer. Y una labor importantísima la hacen todas esas mujeres que dan su testimonio, que cuentan que se puede salir, que se puede sobrevivir, que se puede sanar y recomenzar. Verse reflejada en un ejemplo esperanzador puede impulsar a una mujer asustada a dar el primer paso hacia la libertad.
J.M.: ¿Ha habido mujeres que han vivido esa experiencia que te hayan dicho que tu novela les ha servido para reflexionar y salir de todo ello?
Sí, algunas mujeres me han dicho, muy emocionadas, que se sentían identificadas con la protagonista, que ellas habían pasado fases similares. También me dijeron que habían llorado al leer esas líneas en las que se sentían reflejadas y comprendidas.
Unos meses después de la publicación de la novela, recibí un correo electrónico de una psicóloga que durante mucho tiempo había trabajado con mujeres maltratadas y me confirmó que, el proceso que vive la protagonista es como el que transitan las supervivientes del maltrato.
Ambas cosas me conmovieron porque una trabaja sola, con sus personajes, sus lecturas y sus emociones y hasta que no se tiene la opinión de los lectores y, en este caso especial, de las personas que han pasado o conocen en profundidad las circunstancias que retrata tu obra, no puedes estar segura de haber hecho un buen trabajo.
J.M.: Por último, me gustaría que nos hablaras brevemente de tus otras obras y que añadieras lo que consideres importante, de lo cual no hayamos hablado antes.
Comencé escribiendo para niños (y lo sigo haciendo) porque me encanta la literatura infantil, aunque en general me interesa cualquier género que me permita contar historias desde diferentes perspectivas. Siguiendo esta inquietud, en dos ocasiones me propuse el reto de escribir, cada día, un relato nuevo, durante todo un año y, en ambas ocasiones, logré completar el desafío. De la primera aventura (que compartí a través de mi blog), surgieron dos libros: “Postales en el tiempo” (Buchmann, 2011) y “Papel, papel y Tinta” (Talentura, 2016) que son una selección de algunos de los 366 relatos que compusieron el proyecto. De la segunda aún no ha visto la luz ninguno de los textos.
Quizá, entre las cosas más personales que he publicado están, como ya dije antes, mis dos libros sobre Madrid (Madrid al detalle - Editorial Complutense, 1997 - y Cuaderno de viaje de Madrid - Ediciones Buchmann, 2007). Y como encargo literario que supuso un tour de force, destacaría una adaptación de una obra de teatro al formato de la novela (“Las novias de Travolta” del dramaturgo uruguayo Andrés Tulipano. Ediciones B, Uruguay, 2014).
Más allá de eso, he adaptado varias obras teatrales para llevarlas a los escenarios españoles, y también he adaptado algunos de mis cuentos infantiles (Barahonda Bilón, Barahonda y los Mayas, y Las adivinanzas del rey del mar) tanto para su representación teatral como para funciones de títeres.
En cuanto a “El hierro de tu piel”, supuso un trabajo de documentación e introspección muy intensos. Al estar narrada casi como un dialogo interior, el lector desconoce el nombre de quien le habla y de la mayoría de los personajes secundarios. Con ello pretendía que la identificación con la protagonista fuese más estrecha y emocional, como si el lector pudiese oír la voz de quién le habla, como si el único destinatario de su historia fuera él.
Juana María Fernández Llobera
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