EL ASOCIACIONISMO CIUDADANO (II: Historia en España)
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EL ASOCIACIONISMO CIUDADANO (II: Historia en España)

Una nota de Miquel Palou-Bosch

Miquel Palou-Bosch | 6 jul 2024


CRÓNICAS HIPATIA –Dpto. de Investigación social

Imagen: Ayuntamiento Monòber. Participación Ciudadana

EL ASOCIACIONISMO CIUDADANO (II: Historia en España)

Tomás Alberich (universidad de Jaén; revista ESTUDIOS DE JUVENTUD, marzo 2007, nº 76), establece una serie de etapas de la historia del asociacionismo en España. Una primera fase la concentra entre 1973 y 1981, en la que dice surge un “tejido social [asociativo] homogéneo”. Su objetivo era el de conformar un “movimiento social transformador”. En general se identifican con las asociaciones de vecinos. En estas mismas organizaciones encontrábamos secciones “juveniles, de personas mayores, culturales, artísticas…” Al mismo tiempo, estas primeras agrupaciones estructuran relaciones con otros tipos de entidades, como las “asociaciones de padres de alumnos”. En la actualidad, las asociaciones de vecinos colaboran con otros tipos de asociaciones: de migrantes, de comercio del barrio, etc.; o sirven de apoyo y arropo a grupos no organizados, como indigentes, pobreza extrema, músicos callejeros, personas en riesgo de desahucio o desahucio ya consumado u otras situaciones de vulnerabilidad social.

Alberich refiere que, a partir de los “años ochenta es cuando [se crean] las asociaciones juveniles y de mujeres separadas o independientes”. La especialización en las peticiones, de acuerdo con los problemas concretos de los individuos, hace que una misma entidad no pueda agrupar sus reivindicaciones, lo que provoca la necesaria especialización y creación de organizaciones ad hoc, puesto que el grupo organizado, ya se ha dicho, no sólo está para analizar los problemas de sus miembros, y agrupadamente elaborar una demanda social (o a veces jurídica) de forma colectiva, sino también para arropar de forma personalizada a los miembros de dicha entidad; y, todo ello, sin menospreciar que dichas especializaciones necesiten de las relaciones con otras entidades, ya que, como principio, diríamos que es cuasi necesaria la colaboración y co-elaboración entre las distintas entidades, puesto que el criterio general es el bien común.

En la época de los ochenta, por tanto, para seguir con el epígrafe anterior, se produjo un gran movimiento juvenil promovido por la Iglesia Católica en las parroquias de los barrios periféricos de las ciudades. El crecimiento demográfico provocó una necesidad de ampliación del solar urbano; siendo que, donde no existía historia alguna, empezó el individuo a relacionarse y a crear su propia crónica. Las parroquias crean los clubes juveniles destinados a actividades lúdico-educativas en pro de las relaciones humanas, sin obligar a los jóvenes al ritual o liturgias. Sus actividades físicas se concentraban, en su mayoría, en la actividad montañera. Fue época en que los colores de los montes se vieron llenos de otros cromatismos, los de las mochilas de chicos y chicas que iban a divertirse de una manera sana. También se realizaban campamentos de convivencia o de verano, en su mayoría también en entornos naturales. Estas actividades parroquiales querían evitar o paliar el efecto de las drogas que empezaba a surgir en los adolescentes, algunos en los últimos años de secundaria, formación profesional o desempleados, cuya falta de perspectiva se arrinconaba en cierto estado de aburrimiento social que suplían a través de los estupefacientes, robos de vehículos, etc.

Según Alberich, “las asociaciones y parroquias […]” funcionaron como “espacio común” para la confluencia de todas las peticiones de la barriada. El autor, asimismo, piensa que estos movimientos, surgidos en los barrios periféricos de las ciudades (por tanto, sin pasado) comienzan a crear su propia historia, algo esencial en todo individuo social y,

naturalmente, en todo grupo de humanos; se trata de la necesidad gregaria del sujeto. Entonces se empiezan a proponer y a producir actividades para celebrar determinados acontecimientos: los primeros habitantes del barrio, la primera escuela, la jubilación del primer maestro/a, la conmemoración de aniversarios de un club deportivo, un club social, etc. Y, a partir de este foro, se solicitan, ya no individualmente o en pequeños grupos, necesidades del barrio y denuncian defectos ante los entes político-administrativos. Y, algo esencialmente importante, el barrio incorpora en su historia la de grupos de personas que han venido desde fuera (nacionales y extranjeros) con sus propios relatos y maneras de ser.

En los años noventa se van incrementando la creación de asociaciones. Incluso, muchas veces, se forman distintos colectivos con los mismos objetivos. En el intervalo “1993-1994 se producen movilizaciones de reivindicación de la aportación del 0,7% del PIB para los países empobrecidos […]”. Las solicitudes de condonación de las deudas son numerosas: en África se suceden hambrunas y genocidios –Ruanda-, guerras por las riquezas naturales y “fuentes energéticas”, etc. Ahí nos encontramos, según Alberich, con una cierta unidad entre “los movimientos sociales”, observando tanto grupos cristianos como socialistas: surgen las visiones social-cristiana y social-demócrata, intentando una convergencia. Su mayoría son jóvenes ilusionados en un mundo más coherente y sujeto a la declaración de 1948. Podríamos decir que son los comienzos de la “solidaridad internacional”.

Ya en la época del nuevo siglo, tenemos propuestas nuevas y con variedad de resultados o planteamientos, en algunos casos en colisión, aunque formalmente acepten las cláusulas de las reglamentaciones legales establecidas. Así, vemos que se crean agrupaciones para defender los derechos o reconocimientos de determinados grupos de enfermos (enfermedades raras, cáncer, enfermedades mentales, genéticas, autismo, esclerosis, Alzheimer, Sida, etc.); otras para cuestiones de tipo laboral, que los sindicatos no tienen aún protocolizadas (contra el acoso laboral, contra el acoso sexual en el trabajo, por la igualdad de la mujer en el trabajo…); también se producen centros o casas de amistades con países extranjeros (Cuba, Venezuela, Portugal…); pero aun nos encontramos con otro tipo, las referidas a cuestiones culturales (música, arte, literatura, teatro…) o científico-filosóficas (centros de estudios en materia filosófica, historia antigua, ecología, etc.)

En la actualidad, observamos todo un complejo entramado asociativo: asociaciones con muy pocos miembros y pocas posibilidades estructurales; asociaciones homónimas, a veces con ideario coincidente y otras diferente; asociaciones opuestas a los planteamientos de otras; asociaciones con determinismos de carácter político y otras con apertura a todo tipo de miembros; asociaciones muy organizadas, aunque con un duro trabajo para el voluntariado (auto-explotación). Por otra parte, el asociacionismo organizado llega a entrar en el sector de la economía, moviendo empleos y generando una productividad que, de otra manera, no se daría o deberían ser los poderes públicos los encargados de realizar. Nace el “tercer sector” económico. “El tercer sector en España cuenta con la ley 43/2015 del tercer sector de Acción social” (Revista UNIR, La Rioja, 03.06.2024). La norma define el sector como aquel grupo de organizaciones, “[…]de carácter privado, surgidas de la iniciativa ciudadana o social, con fines de interés general y ausencia de ánimo de lucro, que impulsan el reconocimiento y ejercicio de los derechos civiles, así como de los derechos económicos, sociales o culturales de las personas y grupos que sufren condiciones de vulnerabilidad o que se encuentran en riesgo de exclusión social” (R. UNIR).

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