“El Salt de la Bella-Dona”
HIPATIA Asociación Intercultural

“El Salt de la Bella-Dona”

Parte del poema de Ramon Picó i Campamar (1916-2016)

Miquel Palou-Bosch | 18 nov 2022


Parte del poema de Ramon Picó i Campamar (1916-2016), “El Salt de la Bella-Dona”. Recogido de la obra “Corona Poètica a la Mare de Déu de LLuc” (Palma, 1934). Leyenda popular: alegoría a la Virgen de Lluc (Mallorca)

El poema fue premiado en 1873 (premio extraordinario).

Reproducimos aquí una versión en castellano de una parte del texto.

Versión en castellano por MPB, Inca 15 noviembre 2022.

 

 El crimen de la Bella Dama

 

Hacia Lluc ambos partieron,

justo antes del ocaso.

Uno al lado del otro,

la esposa y el esposo.

Son rápidos en el camino.

Ella va muy bien acicalada.

En su mano derecha

sostiene un ramito de flores

para entregar a su estimada

Virgen, Señora del valle santo.

El esposo lleva capa negra,

tal como si a un responso fuera.

Curiosa pareja,

 hacen la cardelina y el grajo.

Cuando entran en el bosque

van caminando pausadamente,

pues la paz del cielo

parece ahí reinar,

 y vale bien la pena deleitarse

de aquel sosiego peculiar.

Pero entre las ramas de la arboleda,

poca luz se vislumbra,

pocos rayos traspasan

al espeso follaje del encinar,

que sólo como débiles hilos de oro

pueden algunos atravesar.

En el bosque, así parecen

el caballero y la dama conversar:

 

- ¡Oh! Estimado esposo, que hermosa

es la luz del atardecer,

los colores del crepúsculo

preparándose para adormecer.

- ¡Qué atroz es la penumbra

que se va acercando con tanto sigilo!

- ¡Qué bellas están las ramas de los mirtos,

salpicados con sus hermosas flores blancas!

- ¡Qué tristes restan los peñascos,

desérticos de verdor!

-Mi querido esposo, ¿notáis como

canta el ruiseñor? 

- ¿Acaso no oís el alcaraván

con sus ásperos chillidos?

- ¡Escuchad, esposo, como rumorea

el agua clara de la fuente!

-  Escuchad. ¿No oís, mujer, el horrible

zumbido de las fauces del barranco?

 

La senda sale del bosque

y sobre dos altos acantilados

sigue su ruta.

A cada lado no se ve fondo,

sólo el torrente se oye

que pasa bramando

entre las gigantescas paredes,

riñendo con ellas en búsqueda

desenfrenada de su curso.

El camino pasa justo por el canto

de ambos acantilados.

La esposa se encoge, tiene miedo.

Hay que tener coraje

para pasar sin temor,

entre ambos peñascos

cortados de forma atroz.

La señora se santigua,

tal como lo hace todo

el mundo que pasa por

aquella senda feroz.

Mas su esposo no lo hace,

y sólo se observa 

su rostro aterrador.

 

-Marido mío, dadme la mano, por favor,

que el terreno me crea pavor.

- ¿Habéis mirado ya abajo, esposa?

¡Mirad, mirad qué hondo!

- ¡Abajo no veo más que negra fosca!

Estimado esposo, ¿no tenéis vos miedo?

- ¿No oís, esposa, el estruendo de las

removidas aguas desde el fondo del abismo?

- ¿Qué veis, esposa mía,

en la lóbrega y oscura oquedad?

-Veo aguas negras rebotando

por la negra fosa.

-Y entre el fiero rumor del agua,

¿no oís gemidos y llantos?

- ¿De quién son tantos desconsuelos,

caro esposo?

-Son de una mujer que arrojaron

un día cuando la fosca se tragó

los rayos del Sol?

- ¡Quién se atrevió a precipitar

a la mujer, debía tener el corazón

bien quebrado!

- ¡Quien la lanzó por el precipicio,

querida esposa,

fue su propio marido!

- ¡Si mató a su mujer,

no le deis el nombre de marido!

- ¡La mujer cortejaba a un pastor,

a escondidas de su esposo!

- ¿La mujer que traiciona a su esposo,

bien merece esta muerte!

- ¡Vos tendréis, pues, la misma muerte,

ya que también habéis traicionado

a vuestro esposo!

- ¡Madre de Dios, asistidme!

 

Fueron las últimas palabras

de la esposa, pues su cuerpo

empezó a rodar,

rebotando entre las piedras,

dando tumbos y balanceos

como si fuera una muñeca de trapo.

Una vez empujada a la mujer,

el esposo huye rápidamente

del lugar.

Cuanto más se aleja, más corre,

como si de la propia muerte huyera.

Cuando llega al Santuario de Lluc,

oye ya las campanas

que tocan oración.

Se acerca a la capilla.

Antes de entrar nota que está solo,

y siente los reclamos de su esposa

en el corazón.

Al cruzar el portal del templo,

salta de súbito el escalón,

pues el terreno es sagrado

y el criminal desconfía y teme de lo santo.

Al pasar el atrio,

el asesino entra en un temblor

desmesurado, pues cuando está

a mitad del templo,

observa que, ante el altar mayor,

de rodillas y rezando,

su mujer está posando.

El hombre cae de rodillas.

Un grito se oye que retumba

en la nave.

- ¡Mujer mía! ¡Amada esposa!

¿Cómo es que os encuentro aquí,

sana y salva?

-La reina de los cielos y la tierra

os lo dirá, amado esposo.

 

 Ramon Picó i Campamar 

(Versión en castellano: M.Palou-Bosch)

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