Parte del poema de Ramon Picó i Campamar (1916-2016), “El Salt de la Bella-Dona”. Recogido de la obra “Corona Poètica a la Mare de Déu de LLuc” (Palma, 1934). Leyenda popular: alegoría a la Virgen de Lluc (Mallorca)
El poema fue premiado en 1873 (premio extraordinario).
Reproducimos aquí una versión en castellano de una parte del texto.
Versión en castellano por MPB, Inca 15 noviembre 2022.
El crimen de la Bella Dama
Hacia Lluc ambos partieron,
justo antes del ocaso.
Uno al lado del otro,
la esposa y el esposo.
Son rápidos en el camino.
Ella va muy bien acicalada.
En su mano derecha
sostiene un ramito de flores
para entregar a su estimada
Virgen, Señora del valle santo.
El esposo lleva capa negra,
tal como si a un responso fuera.
Curiosa pareja,
hacen la cardelina y el grajo.
Cuando entran en el bosque
van caminando pausadamente,
pues la paz del cielo
parece ahí reinar,
y vale bien la pena deleitarse
de aquel sosiego peculiar.
Pero entre las ramas de la arboleda,
poca luz se vislumbra,
pocos rayos traspasan
al espeso follaje del encinar,
que sólo como débiles hilos de oro
pueden algunos atravesar.
En el bosque, así parecen
el caballero y la dama conversar:
- ¡Oh! Estimado esposo, que hermosa
es la luz del atardecer,
los colores del crepúsculo
preparándose para adormecer.
- ¡Qué atroz es la penumbra
que se va acercando con tanto sigilo!
- ¡Qué bellas están las ramas de los mirtos,
salpicados con sus hermosas flores blancas!
- ¡Qué tristes restan los peñascos,
desérticos de verdor!
-Mi querido esposo, ¿notáis como
canta el ruiseñor?
- ¿Acaso no oís el alcaraván
con sus ásperos chillidos?
- ¡Escuchad, esposo, como rumorea
el agua clara de la fuente!
- Escuchad. ¿No oís, mujer, el horrible
zumbido de las fauces del barranco?
La senda sale del bosque
y sobre dos altos acantilados
sigue su ruta.
A cada lado no se ve fondo,
sólo el torrente se oye
que pasa bramando
entre las gigantescas paredes,
riñendo con ellas en búsqueda
desenfrenada de su curso.
El camino pasa justo por el canto
de ambos acantilados.
La esposa se encoge, tiene miedo.
Hay que tener coraje
para pasar sin temor,
entre ambos peñascos
cortados de forma atroz.
La señora se santigua,
tal como lo hace todo
el mundo que pasa por
aquella senda feroz.
Mas su esposo no lo hace,
y sólo se observa
su rostro aterrador.
-Marido mío, dadme la mano, por favor,
que el terreno me crea pavor.
- ¿Habéis mirado ya abajo, esposa?
¡Mirad, mirad qué hondo!
- ¡Abajo no veo más que negra fosca!
Estimado esposo, ¿no tenéis vos miedo?
- ¿No oís, esposa, el estruendo de las
removidas aguas desde el fondo del abismo?
- ¿Qué veis, esposa mía,
en la lóbrega y oscura oquedad?
-Veo aguas negras rebotando
por la negra fosa.
-Y entre el fiero rumor del agua,
¿no oís gemidos y llantos?
- ¿De quién son tantos desconsuelos,
caro esposo?
-Son de una mujer que arrojaron
un día cuando la fosca se tragó
los rayos del Sol?
- ¡Quién se atrevió a precipitar
a la mujer, debía tener el corazón
bien quebrado!
- ¡Quien la lanzó por el precipicio,
querida esposa,
fue su propio marido!
- ¡Si mató a su mujer,
no le deis el nombre de marido!
- ¡La mujer cortejaba a un pastor,
a escondidas de su esposo!
- ¿La mujer que traiciona a su esposo,
bien merece esta muerte!
- ¡Vos tendréis, pues, la misma muerte,
ya que también habéis traicionado
a vuestro esposo!
- ¡Madre de Dios, asistidme!
Fueron las últimas palabras
de la esposa, pues su cuerpo
empezó a rodar,
rebotando entre las piedras,
dando tumbos y balanceos
como si fuera una muñeca de trapo.
Una vez empujada a la mujer,
el esposo huye rápidamente
del lugar.
Cuanto más se aleja, más corre,
como si de la propia muerte huyera.
Cuando llega al Santuario de Lluc,
oye ya las campanas
que tocan oración.
Se acerca a la capilla.
Antes de entrar nota que está solo,
y siente los reclamos de su esposa
en el corazón.
Al cruzar el portal del templo,
salta de súbito el escalón,
pues el terreno es sagrado
y el criminal desconfía y teme de lo santo.
Al pasar el atrio,
el asesino entra en un temblor
desmesurado, pues cuando está
a mitad del templo,
observa que, ante el altar mayor,
de rodillas y rezando,
su mujer está posando.
El hombre cae de rodillas.
Un grito se oye que retumba
en la nave.
- ¡Mujer mía! ¡Amada esposa!
¿Cómo es que os encuentro aquí,
sana y salva?
-La reina de los cielos y la tierra
os lo dirá, amado esposo.
Ramon Picó i Campamar
(Versión en castellano: M.Palou-Bosch)
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