Imagen: portada OLVIDADO REY GUDÚ. Ediciones Destino, Barcelona, 2011.
Texto: M. Palou-Bosch
ENTRE FICCIÓN Y REALIDAD
Ana María Matute Ausejo (Barcelona, 26 de julio de 1925) llegó a entrar en la Academia de la Lengua Española, ocupando el asiento “k”. En 2010 obtiene el Premio Cervantes; tenía ya 85 años. Ana María perteneció a la denominada Generación de los 50 (literatura de la posguerra civil). Fue la segunda de cinco hermanos. Los observadores hablan de una familia burguesa catalana, conservadora y religiosa. El padre, Facundo Matute, era propietario de Paraguas Matute, SA. La madre, María Ausejo, provenía de La Rioja. El apellido Ausejo se encuentra repartido entre Euskadi, La Rioja, Navarra (sobre todo en Viana) y Zaragoza.
Ana María decía que sus escritos no tienen referencia en su propia existencia, es decir, eran pura ficción; sin embargo, se encuentra una relación, al menos en algunos estudios, entre sus vivencias y su literatura. En MUY CONTENTO, por ejemplo, publicada en 1968, nos habla de la explotación en la industria catalana, algo que viviría en la propia empresa de su padre. En 1960 y 1961 (PAULINA e HISTORIAS DE LA ARTÁMILA), la autora recuerda su estancia en Mansilla de la Sierra (La Rioja), residencia de sus abuelos. La familia decidió enviarle allí debido a su estado enfermizo. Pensaban, los padres, que el aire puro de aquellos parajes abruptos, aunque de cierta belleza, regados por el Gatón, el Najerilla y el Cambrones, alejados de la gran Ciudad Condal, animarían el corazón y ánimo de la niña. Y, de hecho, la ternura de sus abuelos, especialmente del yayo, despertaron cierta audacia de la chiquilla frente al mundo. Algunos críticos hablan, en este sentido, de la coincidencia de PAULINA con la obra de Johanna Spyri (HEIDI, 1880). En el relato de Ana María sobresale también, como en HEIDI, una relación con la naturaleza, y el encantamiento de la belleza de ésta, así como la relación con el bondadoso y calmado abuelo. Se trataba de una gratificante calma que sólo alejándose de la gran urbe podía encontrarse. Sin embargo, Matute insistía, en su discurso del Premio Cervantes (2010), que PAULINA no era una obra autobiográfica, lo cual, a mi entender, la desmerece, pues alguien diría que está plagiando a Spyri.
A los once años, Ana María no puede evitar ser actora de la escena de desolación de aquella contienda española que duraría 988 días. La cifra marca a cualquiera; y más a una niña, cuyo tiempo transcurre de manera distinta al de un adulto. Tantos días de miedo, sangre y hambre, por mucho que los niños no olvidaran sus juegos, dejaban heridas en sus corazones difíciles de cicatrizar.; sobre todo porque, el sufrimiento de los mayores, calaba poco a poco en los infantes y jóvenes.
Es evidente que dicha experiencia marcará no sólo la vida de Ana María, sino su argumento literario. Los autores que estudian o han estudiado la obra de Matute, refieren varias obras que sí serían autobiográficas: LOS ABEL (1948), FIESTA AL NOROESTE (1953), PEQUEÑO TEATRO (1954), LOS HIJOS MUERTOS (1958), LOS SOLDADOS LLORAN DE NOCHE (1964). Todas ellas son obras que comienzan con bella poesía, pero que, inevitablemente, van derivando hacia un crudo realismo.
Muy joven, nuestra autora, empieza a escribir. A sus 17 años, estando en Madrid estudiando, crea PEQUEÑO TEATRO, su primera novela. A sus 24 años presenta LUCIÉRNAGAS al Premio Nadal. Sin embargo, parece ser, según Vila-Berta (1), que la obra “fue eliminada [del Premio] en las rondas finales [de selección]”. Y tampoco tuvo posibilidad de edición debido a la censura aplicada al texto. Dichos problemas no se concentraron únicamente en la prohibición de sus escritos, sino que se actuó también policialmente, reteniendo su pasaporte. De hecho, no pudo asistir al Congreso de Niza de Literatura Infantil; era 1972. Doce años después, ya dentro de la democracia española, se le concedió el Premio Nacional de Literatura Infantil (SÓLO UN PIE DESCALZO). En 1996 publica OLVIDADO REY GUDÚ. En 2007 se le concedió el Premio Nacional de las Letras Españolas, como homenaje a toda su obra.
Ana María era de las personas que refieren al niño interno que los adultos poseen, y el respeto que deberíamos tener a este niño, por sus especiales visiones de la vida: inocencia, sinceridad, apertura. Al hacernos mayor, a través de la sociedad industrial en que vivimos, procedemos a bloquear todos aquellos elementos naturales que constituían nuestro interior, nuestra manera de aceptar el mundo. Los traumas y rudezas, a medida que uno va creciendo, rompen aquellos primeros parámetros de aceptar la existencia. Ana María pensaba que todavía existían en nuestra alma y debíamos intentar recuperarlos.
(1)Vila-Berta, Reyes. GLORIA FUERTES: POESÍA CONTRA EL SILENCIO: LITERATURA, CENSURA Y MERCADO EDITORIAL (1954-1962). Edit. Iberoamericana, Madrid, 2017 (pág.71).
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