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Opinión de Miquel Palou-Bosch

Miquel Palou-Bosch | 17 nov 2023


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El constructo  de España queda explicado por el profesor Gabriel Ensenyat (diario Última Hora, PM, 13/11/2023), "Prínceps d'Astúries, un títol tot fum" (El título de Príncipe de Asturias, un título construido con humo").

Parece ser que la conocida "Reconquista", cuyo objetivo era destruir al-Andalus, con el objeto de recuperar lo que se creía una antigua área cristiana, conseguida y habilitada por los visigodos, no fue más que una excusa para españolizar toda la Península. 

Según el autor, el historiador mexicano Martín F. Rios Solana ha demostrado que el vocablo "Reconquista" no está en ningún documento encontrado antes del siglo XVIII. Fue en esta época que, por casualidad y primera vez, se encuentra esta mentada palabra. 

Según Ensenyat Pujol, todo empieza en 718 con don Pelayo, en tierras precisamente asturianas (batalla de Covadonga). A partir de aquel año, nace toda una campaña españolizante en el solar peninsular.

Actualmente vemos también esta lucha contra toda nacionalidad, cultura o nación peninsular que manifieste tener sus particulares características distintas al paradigma español. El españolismo no puede, o no quiere, admitir culturas e historias diversas

extendidas por las tierras de la vieja Iberia. Por tanto, quienes hablan de separatismos inadmisibles, no resultan más que españolistas aglutinadores y acaparadores de una cultura única y de una sola interpretación histórica. El españolismo, que abraza la unidad del país, es tramposo, porque sólo se identifica con una parte de dicho país; al final, lo que hace es desmembrar España, en vez de construirla. 

El odio incrustado en el concepto españolista no facilita en absoluto el pacto y los acuerdos. Todo odio se suele componer de varios elementos: la ira, la rabia y la envidia. Y con estos factores pululando por los aires, resulta imposible negociar, conversar, pactar. Y, además, crea también odio por la otra parte.

Hay que desgranar el concepto contaminado de la historia española, revisarlo de forma neutra y elaborar un nuevo constructo de Iberia.

Hay que recordar aquel fatídico settecento en el que la estructura política empezó a desmontarse, generando un nuevo Estado centralista. Aquella idea unificadora no ha llegado todavía a reconocerse, a revisarse en su totalidad. Parecía que la Constitución de 1978 se encargaría de esta tarea, de abrir la oportunidad para construir una nueva España. Pero la carta magna se enquistó. Este quiste ha degenerado en un españolismo atroz por parte de algunos mandatarios y otros poderes fácticos, lo que se ha convertido en una situación molesta e incómoda para todos los ciudadanos. Familiares y amigos han quebrado sus relaciones sólo por el hecho drástico de opinar diferente sobre la construcción de España. El país necesita una nueva constitución que aclare las diferencias. 

Muchas gracias.

El Espía Social

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