EXPEDICIÓN AL PASADO
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EXPEDICIÓN AL PASADO

Expedición al pasado es una crónica de Miquel Palou-Bosch sobre la búsqueda del piloto Luis Tuya, abatido en la Guerra Civil Española

Miquel Palou-Bosch | 6 may 2022

EXPEDICIÓN AL PASADO – LUIS TUYA

Me informaba, Federico, de su proyecto de Teruel. Era una ilusión de hacía años. No en balde los recuerdos infantiles de Federico Marotta estaban unidos al aventurero Luis Tuya, su héroe, su cuasi alter ego. Le conquistó, le atrajo, le inspiró aquel joven aviador que llevaba en sus venas andar sobre las nubes, observar las casas, los campos y las montañas desde el aire; y su corazón abierto para participar en la liberación de los pueblos.

Me explicó Federico, antes, durante y después de los dos viajes que hicimos a Teruel, su relación con Luis Tuya. Me lo explicó tanto que Luis llegó también a atraerme, a interesarme, a convertirse en una curolla, vocablo mallorquín que significa idea fija, pequeña obsesión en la que uno no deja de dar vueltas hasta que la hace realidad. En Mallorca, algunos creen que cada individuo necesita de un pequeño dislate, algún tipo de frenesí, de alguna ilusión que con ímpetu quiere conseguir. Es como si, igual que se necesita de la sangre para que el cuerpo tenga energía, el espíritu necesitara de ilusiones, de sueños, de historia, de historias, de conocer el pasado, de descubrir los sucesos, las experiencias de otras almas.

La curolla hace que la imaginación vuele como un pájaro. Algunas veces se consigue encontrar la ruta por donde volar; otras el individuo se pierde entre la boira fría de las alturas. Los que sí consiguen encontrar su correcta dirección, encontrar la ruta de sus deseos, la ruta de su sueño, consiguen ver la senda de su curolla. Y de ella salen historias, relatos y vivencias como la de Luis Tuya. Mi curolla era descubrir la historia de este hombre.

Cuando llegamos a los campos de Celadas, el municipio donde Tuya dejó su ánima (su cuerpo aún no se ha encontrado), algún compañero de viaje dijo que le impresionaba la belleza de la diversidad de colores de aquellas extensiones de tierra, de sus formas onduladas, como si fueran olas de una extraña mar quieta; de sus extensos espacios solitarios, de su silencio absoluto que inspiraba tranquilidad y sosiego, como si la naturaleza estuviera dormida.

Sin embargo, yo noté unas formaciones pobres, austeras, de mínima vegetación. Y cuando nos acercamos a las antiguas y viejas trincheras, a los restos de aquella arqueología moderna, noté el sufrimiento de hombres helados de frío, helados de miedo. Noté como la Parca les estaba cortejando muy cerca, casi rozándoles. Allí pude observar los espectros de uno y otro bando de aquella inútil contienda. Observé los rincones donde el cuadro de mando dirigía las batallas, analizando los movimientos de sus contrarios a través de unos dañados y rasgados anteojos. Unas repisas se veían aún, en las que aquellos oficiales depositaban sus objetos personales: alguna foto familiar, algún cepillo de dientes, algún pequeño librito, algunos lentes de lectura… Los soldados no tenían repisas. Los soldados no tenían asientos, no tenían camastros, no tenían más que espanto; o tal vez resignación ante el caos, ante la estridencia de la metralla, de las órdenes a gritos, de los bramidos de los heridos, de los alaridos del horror. Del insufrible dolor físico y del desconsuelo interior.

Luego fuimos a ver el lugar donde supuestamente había caído nuestro protagonista, el joven teniente que había ofrecido sus servicios, sin exigencia ni condiciones, al gobierno español. Luis llevaba un avión de fabricación rusa, aunque ensamblado en España. Eran aviones que solían fallar mucho, incluso antes de elevarse.

Los arqueólogos trabajaron incansablemente, con el tiempo justo, aprovechando cada segundo de luz. Después de rascar, de cavar, de trabajar con el cincel, se encontró el lugar de la caída del Polikarpov. Era mediodía. El Sol brillaba de manera extraordinaria aquel día, algo extraño para la época del año, según observaron algunos aldeanos. Todos nos emocionamos cuando empezamos a encontrar restos justo debajo de los carrascos, en el lugar conocido como la Balsa Seca. Trozos del chasis del aparato, vestigios del protector de cristal de los mandos, restos de porta balines de la cinta ametralladora, alguna hebilla del cinturón de seguridad del aviador, algún botón de su traje…

El ocaso se derrumbaba sobre nosotros y el carrascal empezaba a enfriarse. El Sol se escondía detrás del monte de Santa Bárbara. El equipo debía irse. Estaba presente el sobrino nieto del propio Luis, Gabriel Tuya. Su padre le había hablado mucho del héroe familiar. El grupo, unánimemente, eligió un lugar donde depositar un modesto mojón de piedras con unas rosas rojas encima. Los restos de Luis no se habían encontrado. Se prepararía otra expedición. Algunas palabras de Gabriel. Algunas de Federico. Mucha emoción para todos.

En diciembre fue la segunda expedición. Volvió el equipo, ampliado con más técnicos y con más herramientas. Se buscó incansablemente, con máquinas, con los brazos, con las manos, con la mente, con la ilusión. Pero el Sol volvió a ponerse y el cuerpo de Luis no había aparecido. Su historia, su espíritu quedaron allí. Su cuerpo, se buscará por otras vías.

Miquel Palou-Bosch

Centro Intercultural Hipatia

Mallorca, 15 de marzo de 2022

Esta crónica fue escrita para el Diario "Crónicas" de la ciudad de Mercedes, Soriano, Uruguay, lugar de procedencia del piloto. 

En el enlace a youtube podrás observar el homenaje que se le realizó a Luis Tuya en su lugar de caída en combate el 16 de abril de 1937, en Celadas, Teruel, Aragón. 

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