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Un relato de Juana Ma. Fernández Llobera

Juana Ma. Fdez. Llobera | 11 sep 2024


KIMBA

Por una carretera secundaria cercana a su casa, Beatriz conducía para dirigirse al pueblo a por provisiones. A dos kilómetros de su casa, un mugriento can, cruzó de repente, y Beatriz tuvo que frenar bruscamente para no atropellarlo. El perro se quedó petrificado frente al auto, así que se apeó del vehículo y se dirigió hacia él.

La perra, porque al acercarse vio que era una hembra, tenía una mirada dulce, así que Beatriz decidió subirla en el coche y llevarla a su casa. Ya iría al día siguiente a comprar. Al llegar a la granja, le dio un largo baño y luego la cepilló. Al terminar no parecía la misma perra. La llamó Kimba y, desde entonces, siempre estaba cercana a Beatriz en la finca y, en algunas ocasiones, la acompañaba al pueblo.

Una mañana de un sábado, del mes de mayo, a una hora temprana, el encinar de al lado de la granja de Beatriz se prendió fuego. Ella estaba durmiendo todavía porque estaba muy resfriada y había decidido descansar para ver si aflojaban los síntomas. De repente, se levantó un fuerte viento que hizo que las llamas se propagaran hasta llegar a los árboles frutales de la finca. Ella no se despertó debido a la fiebre, hasta que Kimba al ver cercanas las llamas, saltó encima de la cama de Beatriz, después de abrir la puerta de su dormitorio con sus fuertes patas, consiguiendo que ambas pudieran salir ilesas por la puerta trasera de la vivienda. Una vez fuera, ambas se dirigieron al establo y soltaron al caballo, las cabras y a las ovejas. Entonces Kimba, como si lo hubiera hecho toda la vida, dirigió a los animales hasta un pasto cercano sin que se dispersaran. El que le costó más, fue el viejo caballo llamado Pam.

El incendio alcanzó la vivienda antes de que pudieran pedir ayuda. No tenían medios para poder apagarlo. Poco tiempo después comenzaron las labores de los profesionales para contener el incendio y lograr acabar con él. Por suerte, no se propagó a más viviendas, pero Beatriz y Kimba se habían quedado sin casa, sin árboles frutales y sin el huerto que tanto le había costado a Beatriz que arrancara. Por suerte, Marta, vecina cercana de la finca de Beatriz, les ofreció alojamiento y, de esa forma, ella fue trabajando para poder volver a utilizar sus tierras y poder, en un futuro, construir una nueva vivienda. Un año más tarde, con la ayuda de unos amigos albañiles, consiguió tener una nueva pequeña casa. A pesar de todo lo ocurrido, Beatriz estaba agradecida de haber encontrado a Kimba y haberla cuidado, porque ella, a su manera, le devolvió el favor salvándole la vida, aparte de tener suerte de encontrar gente amable que la había ayudado a volver a tener un hogar.

Juana María Fernández Llobera

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