LA OLVIDADA POETISA
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LA OLVIDADA POETISA

Delmira Agustini por Miquel Palou-Bosch

Miquel Palou-Bosch | 17 ago 2024


Texto: M. Palou-Bosch

Imagen: Foto de Delmira Agustini

(https://es.wikipedia.org/wiki/Delmira_Agustini#/media/Archivo:Delmira_Agustini.png)

 

LA OLVIDADA POETISA

De los antiguos vocablos germanos “del” y “mira”, dicen, surgió el nombre de Delmira (ilustre o consagrado valle), sin olvidar la posible influencia latina: “de” (consagrada) y “mira” (maravillosa o admirable). En definitiva, el nombre Delmira se identificaría con un hermoso valle rebosante de ternura, delicadeza, terneza y sosiego, es decir, al reconocimiento de una admirable y encantadora fémina (1).

Delmira Agustini nació en Montevideo el 24 de octubre de 1886. Siempre muy cerca de su madre, María Murtfeld Triaca, inflexible ante las formalidades sociales, Delmira no decidió casarse hasta ya casi cumplidos sus 27 años. No era edad, en aquellos tiempos, para que una mujer de clase media burguesa se mantuviera todavía en la soltería, a pesar de que desde sus 22 años tenía noviazgo con el comerciante Enrique Job Reyes (1885, Florida, Uruguay), un poco más joven que ella.

Las crónicas cuentan, y puede percibirse en los propios poemas de Delmira, que no parecía sentirse satisfecha con el compromiso. Por una parte, deseaba tener un hombre a su lado, quererlo y disfrutar de la vida juntos. Por otra, notaba cierta insatisfacción, cierto aburrimiento con Enrique. En una carta a su amigo Rubén Darío, la procaz poetisa (no en balde ya desde los quince años estaba publicando sus escritos) le manifiesta su atracción hacia Manuel Ugarte, “escritor argentino refinado y culto” (2). Ugarte era amigo también del famoso Darío. La comparación resulta inevitable: no hay semejanza; Ugarte le atrae mucho más que Reyes. Pero ya es muy tarde para renunciar a la boda y crear un nuevo noviazgo. María no admite la petición de su hija, que se hace el mismo día de la boda. Suele ocurrir: en general las personas tendemos a no afrontar las realidades hasta que nos encontramos frente a la trampa; el futuro nos remueve el alma cuando nos imaginamos los tenebrosos caminos. Delmira, la diosa germana de los perfectos valles de alegría y felicidad, obedece a su madre: el 14 de agosto de 1913 la boda se realiza, aunque el corazón de la desposada se encuentra inundado por una inquieta zozobra. Y a los cincuenta y tres días de convivencia la joven no puede soportar ya más la tristeza. Escribe una nota a Enrique: “Me voy sin ninguna fuerza exterior. Yo sola tomo esta resolución irrevocable […]”. Se despide los más humildemente que puede: “Aquella que te quiso tanto, y que hoy se aleja de ti impulsada por el destino que es invariable, [Delmira]” (3). “Irrevocable” e “invariables”, son los dos vocablos que se asientan sobre su mensaje; quiere confirmar con precisión su sentencia, su dictamen, su resolución. Parece como si quisiera matizar bien su deseo para que nadie la haga dudar. Pero las circunstancias cambiarán y la suerte de Delmira no recibirá la libertad que necesita, que suplica, que desea para seguir subsistiendo.

Delmira confía que Ugarte la recibirá en sus brazos. Pero no es así. Esperaba sustituir la ordinariez por la exquisitez. El alma de Delmira se desmorona. Enrique ha dejado el domicilio conyugal y vive en un cuchitril, en la calle Andes, muy cerca de sus aún suegros, donde ahora reside su amada. Un día la espera fuera de la casa. Delmira, con cara cansada y ojos húmedos por su fracaso con Ugarte, cede a las peticiones de Enrique para verse en el apartamento de éste (la irrevocabilidad y la invariabilidad se han desvanecido). Durante meses se encuentran en la pequeña habitación. Nadie sabe qué tipo de amor se produce entre aquellas decadentes paredes. Nadie sabe si hay pasión, si hay ternura, si hay odio… No obstante, el proceso judicial de divorcio sigue su curso. Se firma el acuerdo en junio de 1914, fecha muy próxima a la que será la gran catástrofe de Europa. El 6 de julio, Delmira esperaba que todo quedaría ya arreglado. Así se lo dice a su madre, para tranquilizarla. La muchacha piensa que podrá acabar con esta doble vida, entre la mentira de su exterior y la verdad que se agita en su interior. Como casi cada tarde, Delmira se dirige hacia su acosador, decidida a decirle que ya no irá más; que ya no puede seguir con sus peticiones.

Unas horas más tarde, son encontrados los dos cuerpos de los jóvenes. “…Ella, semidesnuda, está tendida en el suelo […] Tiene dos tiros junto a la oreja izquierda” (4). Enrique “tiene la cabeza apoyada sobre el hombro” (5) de ella. La sien del hostigador aparece bermeja, una bala ha entrado en el cráneo. Las crónicas no mencionan los ojos del suicida: no se sabe si quedaron sellados ante la tragedia; o completamente abiertos ante el espanto; tal vez, estupefactos ante la horrenda cobardía…

En 2014, Martín Sastre, artista y cineasta, firma en Montevideo, en la calle Andes, nº 1206, lugar donde se produjo la tragedia, una placa recordando a Delmira: “En memoria de todas las víctimas de violencia de género. Este rosal crece donde Delmira Agustini amó por última vez”. La placa conmemorativa lleva una frase de la propia poetisa: “…No me mata la vida, no me mata la muerte, no me mata el amor”. Desde luego, resulta imposible pensar que la querencia pueda matar. Cuando ésta se convierte en odio, ya no es amor. El deseo posesivo no corresponde a ninguna de las formas de amar que puedan existir.

Lo que sí sabemos, como en otros casos de artistas y poetas, es que todo romance, trova, oda, verso o balada necesitan de un verdadero sentimiento para producirse; y, en muchos casos, se tratan de desasosiegos profundos y dolorosos que sólo pueden soportarse a través de la pureza de un poema.

 

(1) CENTRO VIRTUAL CEVANTES (cvc.cervantes.es), “Delmira Agustini”, consultado el 13/01/2020.

(2) LA NACIÓN, 02/02/2003, B. Aires (actualizado el 09/06/2020 y consultado el 06/07/2024): https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/enrique-job-reyes-delmira-agustini-nid470350/

(3) Ibídem.

(4) Ibíd.

(5) Ibíd.

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