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HIPATIA, CENTRO INTERCULTURAL
SECCIÓN LITERARIA
LA PROLETARIA LITERATA
Texto: M. Palou-Bosch
Imagen: Portada TRECE CUENTOS de Luisa Carnés.
David Becerra, profesor de literatura en la universidad de Lieja (Bélgica), dijo que Luisa Carnés había sido “triplemente olvidada: por comunista, por exiliada y por [ser] mujer” (ABC-CULTURA, 11/06/2017, Inés Martín Rodrigo). Ahora se hacía justa memoria a la autora, con la publicación que realizaba la editora Hoja de Lata (Daniel Álvarez Prendes, fundador, Gijón, 2013): TEA ROOMS. MUJERES OBRERAS (Hoja de Lata, 2016) y TRECE CUENTOS (Hoja de Lata, 2017).
Luisa Carnés (Luisa Genoveva Carnés Caballero), Clarita Montes o Natalia Valle, tres nombres para una misma persona, el primero legal y los otros dos como seudónimos, sí parece que fue una literata con sentimiento, cuyos textos nacen de su propio interior y cuyas historias tienen como referencia sus personales experiencias. Los sufrimientos, las pasiones, las alegrías son sensaciones, emociones o apreciaciones de la particular sensibilidad de Carnés. Mientras Dostoievski observaba la gente y tomaba notas, sentado en la mesita de un café de Moscú o San Petersburgo, Luisa cincela, talla, labra en su mente, detrás de un mostrador, las conductas y las palabras de la gente que le rodea, sean clientes, compañeros de faena, encargados, abastecedores, patrones…
Las crónicas nos hablan de Luisa como una mujer sencilla que nace en humilde familia, su padre barbero y su madre dedicada al corte y confección. Luisa Carnés, el padre, y Rosario Caballero, la madre, tuvieron seis hijos; de ellos, Luisa Genoveva sería la mayor. Muy pronto tendrá que abandonar la escuela; por tanto, ni universidad ni enseñanza secundaria, ni tan siquiera educación primaria fueron posibles: a los once años se va a trabajar con su tía materna, Petra. Petra Caballero tenía un taller de sombrerería. Pero, no se sabe el porqué, muy pronto abandonará el trabajo con su tía, decidiendo contratar con una pastelería, no en la sección de tienda, como dependienta, sino en la parte más dura, el obrador, donde el calor constante de los hornos sofoca a los trabajadores que rápido deben desplazarse por espacios muchas veces reducidos.
Inés Martín, en su artículo “Luisa Carnés, la escritora que no salía en la fotografía de la Generación del 27” (ABC-CULTURA, 11/06/2017), recuerda una entrevista que la revista CRÓNICA (Madrid, 1930) realizó a nuestra autora. En dicha interviú, la literata manifestaría lo siguiente: “A los once años aprendí un oficio. Entonces, quizás, surgieron en mí las inquietudes, que aún no me han abandonado, las preguntas a las que todavía no he hallado contestación: ¿Por qué las mujeres se odian entre sí tan terriblemente?”. Luisa tenía sólo 25 años en aquella entrevista, pero una experiencia de la vida ya fluía en su interior. Hacía catorce años que había entrado en el mundo de los adultos; y había cosas que no entendía, cuestiones que necesitaban respuesta (aunque fuera la de no tener respuesta), experiencias que necesitaban de reflexiones profundas. Las letras, estas palabras que quedan fijadas para siempre, que salen de la mente o del corazón, o de ambos a la vez, y se plasman en el exterior, este fue su descubrimiento, su método, su forma de meditar y comunicar.
Era un tres de enero de 1905. Estamos en el barrio madrileño llamado, acertadamente para Luisa, de las Letras. Según indicaba en la entrevista de 1930 (CRÓNICA, Madrid), Luisa empezó a escribir a los 18 años. Sus recursos materiales eran
mínimos: no poseía biblioteca propia, no tenía pecunia para adquirirla; recogía todos los folletos, propagandas, obras de consumo (novelas baratas) desechadas, periódicos (en aquella época, muchos aparecían con pequeñas obras literarias); obras de segunda mano… Pero, no obstante, llegaría más tarde a tener en sus manos ejemplares de León Tolstoi, Miguel de Cervantes o de Fiódor Mijailovich Dostoievski. Diseñándose ella misma su plan de estudios, de manera accidentada pero intensiva, como auténtica autodidacta, consigue capacidad suficiente para crear su estilo narrativo. Lo importante era que tenía cosas que contar, esta parte no era óbice para su tarea; ahora se trataba de aprender cómo contarlo, cómo utilizar las palabras, conocer la forma de expresar sus sentimientos para que el lector la entendiera y comprendiera.
Cuando Luisa entra a trabajar en la Cía Ibero Americana de Publicaciones, más conocida por su acrónimo CIAP, fundada en 1924 por Ignacio Bauer, encontrará su trampolín literario. Cuatro años después de la fundación de la editora, Luisa es contratada como mecanógrafa y telefonista, lo que podríamos convenir en denominar ahora como una secretaria polivalente. Pero a ella no le importaba el exceso o complejidad de la tarea, pues la consideraba una misión honorable y de grupo: disfrutaba de su trabajo, de los resultados y de lo que aprendía, así como de la gente que conocía. Precisamente, en esta empresa conoció al que sería su marido, Ramón Puyol Román (1907-1981), dibujante e ilustrador de la casa editora. Aunque, desgraciadamente, la sociedad cerrará en 1931. Entonces, Luisa se dirige a Algeciras; no conocemos las razones. Pero volverá pronto a Madrid. De vuelta a la capital, trabaja en un salón de té como camarera. De ahí saldrá su obra TEA ROOMS. MUJERES OBRERAS. Como podremos observar, parece una periodista encubierta, una especie de espía que va observando a la gente y vive sus mismas experiencias, entra como actora en la escena. Mientras Dostoievski contempla desde fuera, Luisa se adentra para formar parte de la historia que luego contará y analizará: es la cronista que ha vivido la crónica.
Cuando los corazones de millones de españoles empiezan a romperse aquel fatídico año de 1936, Luisa tuvo que aceptar la oferta de Lázaro Cárdenas (1895-1970), el entonces presidente de México. Cárdenas tuvo a bien organizar el exilio de muchos españoles perseguidos (se habla de unas 40.000 personas, entre 1936 y 1939). Contrató el buque holandés Veendam (naviera Holland America Line). En dicho navío, Luisa subiría junto con otros compañeros escritores, profesores, artistas y políticos. La autora ya no volvería a España.
En tierra mexicana seguiría, la autora, con su tarea literaria, hasta el desgraciado accidente de automóvil que el 12 de marzo de 1964 le arrancaría la vida. Aunque sus experiencias, sus ternuras y delicadezas, sus entusiasmos y tristezas, sus sensaciones y querencias quedarían siempre in aeternum en todos sus escritos.
Añadir, hay, que tampoco esta autora ha sido encontrada en HISTORA DE LA LITERATURA UNIVERSAL de J. Ferrer y S. Cañuelo (Optima, 2002, Barcelona).
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