La pulsera de Ana
Ana y Juanjo iban al mismo instituto. Se conocieron el primer año que llegaron allí y se hicieron amigos, para más tarde comenzar a salir como pareja. Cuando llevaban un año saliendo, Juanjo le regaló a Ana una pulsera de oro con sus iniciales grabadas. Ana siempre la llevaba, salvo cuando jugaba a baloncesto. Entonces la guardaba, en la caja, en su taquilla. Un sábado, tras un partido amistoso, cuando fue a ponérsela tras ducharse, la pulsera había desaparecido. No parecía que hubieran forzado la cerradura de la taquilla, lo cual le resultó extraño. Preguntó a sus compañeras, pero ninguna había visto nada. Le dio rabia y pena al mismo tiempo. Quedó con Juanjo pare decírselo, porque no se lo quería decir por teléfono, ya que sabía que le había costado ahorrar para comprársela, pues en su casa no tenían muchos ingresos y él trabajaba para ayudara su familia.
Ana estaba decidida a encontrar al ladrón. Puso, de todos formas, una denuncia en la policía. Tenía que ser alguien que supiera que se quitaba la pulsera y la dejaba en la taquilla, o quizás, alguien abría las taquillas para ver si encontraba algo de valor para sustraerlo. Ella se inclinaba más por la primera opción, ya que a nadie más le faltaba nada, ni con anterioridad había oído que sucediera, a alguna, algo parecido.
Un martes por la mañana, la llamaron de la policía para decirle que ya la habían encontrado. Había sido empeñada por un chico llamado Ricardo. Fue a comisaría para recogerla. Le enseñaron fotos de él, pero ella no lo conocía. La policía decidió investigar más y Ana hizo lo mismo. A la primera que preguntó Ana fue a su amiga Maribel. Pero ésta no conocía tampoco al chico, ni sabía nada. Después preguntó a su hermana Lidia, dos años mayor que ella, que le dijo que era el novio de Susana, una compañera de instituto que iba un curso por delante de Ana. Pero ella no jugaba al baloncesto con su equipo. Cuando le dijo eso a su hermana, Lidia recordó haberlos visto con Rocío, que sí que jugaba en el mismo equipo que Ana. Los tres tenían que estar en el ajo. Fue a comisaría al día siguiente para decir lo que sabía a los agentes. Así fue como no sólo Ricardo pagó por ello.
Meses más tarde, una mañana de un domingo, sonó el timbre de la puerta de la casa de Ana. Era Rocío que venía a disculparse por todo lo sucedido. Le traía un regalo. Ana la miró a los ojos y no supo qué decir. Cogió el regalo, le dio las gracias, se despidió de ella y se retiró a su habitación. Dentro de la caja habían dos cosas, media moneda partida por la mitad, agujereada con un cordón rojo para poder colgarse y unas gafas de sol. Entonces recordó cuándo le había dado esas cosas a Rocío. Entonces entendió que la había apartado como amiga y a ella le había dolido. Esa era la verdadera razón por la que se prestó para que robaran la pulsera.
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