LA TORTUGA SINA
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LA TORTUGA SINA

Un cuento infantil de Juana Ma. Fernández Llobera

Juana Ma. Fdez. Llobera | 10 feb 2025


LA TORTUGA SINA

En un pequeño islote, situado en el centro de una cala de agua cristalina, vive una tortuga de treinta años llamada Sina. El nombre se lo puso un anciano pescador cuando aún no era viejo, cuando la salvó de morir al haberse enredado en una red de pesca. Este pescador, cuyo nombre es Fernando, tiene dos nietas, Amalia y Silvia, que viven con la hija de Fernando, Clara, en una casa en un pueblo cercano a dónde él vive. 

Una mañana de sábado, del mes de julio, Amalia salió al mar con su pequeña barca a la que había puesto el nombre de Giny. Silvia esta vez no la había acompañado porque había quedado con unas amigas para jugar a baloncesto en la cancha del polideportivo de al lado de su casa. De pronto, el tiempo cambió y el viento comenzó a soplar muy fuerte, tan fuerte soplaba, que alejó de la costa la barca de Amalia. Ella, a pesar de que consiguió bajar la vela, no lograba aproximarse a tierra. El miedo comenzó a invadirla. No sabía qué hacer. No pensaba que eso ocurriría porque no había previsión de que eso pasara. 

Fernando, como cada mañana, llamó a su hija para ver cómo se encontraban. Clara, entonces, le comentó a su padre que Amalia había salido con la barca y que estaba preocupada porque no había regresado y hacía mucho viento. Entonces, el anciano, cogió su furgoneta y se acercó a amarre donde su nieta suele tener la barca y vio que no estaba. Preocupado, decidió salir en su busca en su barco de pesca. Al pasar por al lado del islote, a pesar del mar revuelto por el viento, la tortuga Sina se acercó al barco y lo siguió. Fernando no veía por ninguna parte la barca de su nieta. 

El anciano pescador decidió visitar todas las calas de alrededor por si Amalia hubiera decidido resguardarse en una de ellas, ya que era una niña muy lista y desde muy pequeña había estado navegando. Ahora, con trece años, había competido muchas veces y había salido infinidad de veces al mar. Buscó y buscó por todos los lugares en los que él pensó que podría haberse resguardado, pero no la encontró. Pasaron las horas sin ningún resultado. La noche llegó y Fernando seguía sin hallar a Amalia. No sabía qué decirle a su hija si regresaba y tenía mucho miedo de que le hubiera pasado algo a su nieta. A las tres de la mañana, decidió regresar. Su hija le esperaba en el amarre donde él siempre ponía su barco. Silvia estaba acompañando a su madre porque no quería que estuviera sola. Cuando Fernando bajó del barco, abrazó a su hija que lloraba desconsoladamente. Al poco tiempo, llegó Gabriel, el padre de las dos niñas que vivía en una ciudad alejada de allí con su nueva familia.

Al ver a Clara, se acercó a ella. Entonces Fernando dejó de abrazar a su hija y Gabriel le tomó el relevo abrazando a Clara, mientras que el anciano abrazaba a Silvia, que estaba muy nerviosa y con los ojos muy rojos de haber llorado. Tras estar así durante poco más de media hora, decidieron que lo mejor era ir a descansar y que al amanecer Fernando y Gabriel irían con el barco para ver si lograban encontrar a Amalia. Clara iría  a avisar a las autoridades portuarias de la desaparición, así como a la guardia civil. 

Al amanecer del día siguiente, Fernando y Gabriel se embarcaron. Clara les había preparado un termo de café y unos bocadillos por si acaso tenían que estar muchas horas buscando. El viento seguía siendo fuerte y comenzó a llover. Entonces, el anciano recordó que cuando Amalia tenía cinco años, la había llevado a visitar un islote que estaba bastante alejado de las calas que él había visitado el día anterior. Habló con Gabriel de ello y ambos decidieron ir a comprobar si Amalia había pensado que ese era un buen lugar para quedarse, mientras que el temporal se calmaba. Pusieron rumbo hacia el islote. Esta vez, la tortuga iba muy rápida al lado del barco por la parte izquierda, que los marinos llaman babor. Cuando llegaron al islote, entre unas rocas, el anciano vio la tela de una vela, que reconoció enseguida por un dibujo que él había hecho. Sin duda era la vela de la barca de su nieta, lo cual comunicó con lágrimas en los ojos al padre de la niña. El padre, roto por ver lo que Fernando le mostraba, se puso a llorar. Minutos más tarde, tras sosegarse, dieron la vuelta a todo el islote, pero no encontraron nada más. Por su parte, la tortuga había decidido buscar por su cuenta, así que desapareció de la vista de los dos hombres. Regresaron al puerto abatidos, con el trozo de vela de la barca de su nieta. Clara al ver la tela, se desplomó y tuvo que ser atendida después en un hospital. Nadie había conseguido hallarla, ni la patrulla costera ni ninguno de los amigos de Clara que se había sumado en la búsqueda.

Durante los tres días siguientes, Fernando y Gabriel siguieron saliendo a buscar a Amalia, pero sin resultado alguno. Clara, por su parte, salió también el segundo día en el barco de su primo Javier. No había forma de encontrarla, ni de hallar una pista que les condujera hasta el paradero de ella. Visiblemente desanimados todos, regresaron al puerto y comenzaban a pensar que no la encontrarían. Silvia, por su parte, había estado buscando a su hermana, junto a sus amigas y unos primos mayores, por todas las playas de alrededor, por si la hallaban o encontraban algo que les pudiera dar una pista de lo que había ocurrido, pero tampoco encontraron nada significativo. 

Al quinto día, Silvia encontró en una playa una botella con un mensaje dentro, que estaba sujeta a un pequeño flotador que Amalia siempre llevaba en donde guardaba todo en la pequeña barca. En el mensaje ponía que había tenido que desprenderse de la vela porque se había roto completamente y que se había intentado guarecer, pero que la corriente era muy fuerte por el viento y la arrastraba a la deriva. Silvia llevó rápidamente el mensaje a dónde estaba su madre y todos los demás. Nadie se atrevía a hablar ante tal mensaje. Todos se quedaron callados. De pronto, un chiquillo de no más de ocho años, comenzó a gritar:

—¡Mirad, mirad!¡ Creo que es ella, creo que es ella!

Todos se fueron donde el niño estaba para ver lo que él veía. Amalia iba a bordo de un tablero de madera que, sin duda, había pertenecido a su barca, amarrado a una larga cuerda, y la tortuga Sina estiraba de ese madero para llevarla hasta sus seres queridos. Sana y salva, una vez ya en tierra, todos rodearon a la madre que abrazaba a su hija, para después ir Fernando a tocar la cabeza de su vieja amiga Sina.

                                                               Juana María Fernández Llobera                                                                          

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