LA VIDA EN CERDEÑA POR GRAZIA DELEDDA
Como complemento al artículo de mi compañero Miquel Palou-Bosch, voy a hablar de una novela póstuma, cuyo título es “Cósima”. He elegido dicha obra, porque considero que es la obra más personal de ella, ya que se trata de una narración autobiográfica escrita en tercera persona. De hecho, el nombre del título, hace referencia a ella. En ella muestra la vida en Cerdeña de final del siglo XIX y principios del siglo XX. Habla de su infancia y de las férreas leyes consuetudinarias, que son leyes no escritas, que ya entonces, debido a las restricciones que muestran, ve como chocan con sus ansias de libertad y de poder aprender más, algo que era muy difícil en esos tiempos para una mujer.
Grazia Deledda pertenece al movimiento naturalista. El naturalismo es una corriente literaria, artística y filosófica que tiene lugar a finales del siglo XIX. Los autores naturalistas anteponen la objetividad a la subjetividad. Si bien el realismo reflejaba la realidad de manera fidedigna, el naturalismo va más allá, reflejando el lado más duro de la sociedad representada por individuos que viven situaciones míseras. Los naturalistas no buscan la belleza del lenguaje, para ellos la literatura es un documento social, que tiene que retratar a la sociedad lo más fielmente que pueda. Mientras que el realismo se fija más en la burguesía, el naturalismo se fija en las clases bajas.
Lo que me resulta impresionante de esta mujer es que, a pesar de ser una mujer que solo había ido a la escuela hasta los diez años, fuera capaz de convertirse en una de las pocas mujeres que ha alcanzado el Premio Nobel de Literatura. Tuvo una gran necesidad de crear una literatura exclusivamente sarda, escribiendo obras con una estructura común, en la que los personajes se debaten entre la pasión y los remordimientos, mostrando las costumbres de Cerdeña y enseñando, a través de las palabras, cómo es el paisaje sardo.
El primer inconveniente con el que se encontró fue el hecho de que su lengua era el nuorés, que es una variante del sardo, pero para poder dar a conocer al resto de Italia su mundo sardo tuvo que renunciar a su lengua (lengua también de sus personajes) y escribir en italiano, idioma que había aprendido en la escuela. Solo encontramos en su obra, fragmentos de poesía en sardo (ejemplo: “Quante volte, in su’ mattini/ chiari e tiepidi io l’aspetto!/…”), proverbios o modismos o palabras que carecen de referente en italiano como, por ejemplo, la palabra “prinzipales”, que designa a ricos pastores terratenientes.
En la novela “Cósima”, ella nos habla de su familia, que es de tipo patriarcal. Se trata de una familia acomodada, ya que su padre era terrateniente, que tenía como afición escribir poesía y llegó a ser alcalde de la localidad donde vivían. Nos muestra cómo conviven en su casa amos y criados, siempre separados. Comienza la novela hablando de la casa (“La casa era sencilla pero cómoda: dos habitaciones
por piso, grandes, de techo más bien bajo, con suelo y techo de madera, enjalbegadas…..”). Hace una descripción muy detallada de la misma (“Había una chimenea y, además un hogar en el centro marcado por cuatro hileras de piedra; y encima, a la altura de un hombre, atada con cuatro cuerdas de cerda a las gruesas vigas del techo de caña ennegrecidas por el humo, una parrilla de aproximadamente un metro cuadrado…”). Habla de una criada llamada Nanna, que tiene la responsabilidad de la casa, de que funcione todo como toca (“Una arruga le surca la frente y sus orejas están tensas como las de las liebres…”). Va contando situaciones y cómo son los componentes de su familia, pero una de las cuestiones primordiales es que nos va describiendo el proceso de cómo logró llegar a ser escritora. De hecho, probó a enviar unos relatos a una revista literaria y se los publicaron, empezando así su carrera como literata. Uno de los los pasajes en que se produce el inicio de su carrera literaria es el que narra de la forma que sigue: “Envuelve cuidadosamente el paquete del manuscrito con tela y papel y con una red de cuerda que tiene que resistir el largo viaje por tierra y mar y además lo certifica; gastos con los que Cósima no puede correr dado su escaso presupuesto personal, compuesto por los pocos céntimos que su madre le da los domingos. Pero cómo es necesario seguir adelante a toda costa, he aquí que la escritora, la poetisa, la criatura que vive en las nubes, baja a la cantina y roba un litro de aceite. El robo resulta fácil, porque tanto ella como sus hermanas, cuando la madre y la criada están ocupadas en la cocina y viene alguna mujer a comprar aceite o vino, están dispuestas a despacharla con bastante exactitud. Llega, pues, la criada de la familia del Escribano del Tribunal, que vive desde hace pocos días en la casa de la tía Paola, al fondo de la calle y compra una frasca de aceite. Cósima recibe el importe en monedas de plata de media lira cada una y durante largo rato, cuando ya se ha marchado la mujer, retiene aquellas semillas blancas dentro de su puño, hasta calentarlas. Siente escrúpulos, tiene miedo y también algo de vergüenza, pero piensa que su hermano Andrea no duda en embolsarse la mitad de la renta del bosque y de la venta de las almendras, para despilfarrarlo en juego y mujeres y también ella separa las monedas: la mitad para la casa, la otra para la gloria. Verdad es que después confesó el pedido al confesor, diciéndole que había robado, pero sin especificar el motivo y, como penitencia, ayunó el viernes y el sábado”. Nos cuenta como odios de familia, la sed de venganza y los prejuicios de honor, daban lugar a episodios sangrientos que hacían la vida difícil en los pueblos e incluso en comarcas enteras. Hallamos también en el libro la descripción de sus amores, así como la descripción de personas que forman parte de su día a día (por ejemplo: “El cartero ers un hombre tosco, también de pelo y tez rojizos, y cuando pasaba con sus grandes zapatones, llamando a la puerta de los vecinos y gritando muy fuerte: <<El correo, el correo>>, todos los ecos de los alrededores se despertaban, hasta los perros ladraban y el aire adquiría un tinte de desasosiego”. En Nuoro, nos
muestra, que ser <<bandido>> no era considerado algo vergonzoso, sino una necesidad.
En su época, en la que imperaba un gran rigor formalista, tuvo críticas duras tachándola de que tenía un estilo tosco y poco pulido, carente de agilidad, pero como he mencionado con anterioridad, ella, al al igual que el resto de los naturalistas, no buscaban la belleza del lenguaje sino describir, mostrar lo que acontecía a su alrededor de la forma más fiel posible. En el libro muestra, por ejemplo, cómo se siente después de una de las críticas en el que le dicen: “¡Qué la pequeña grafómana se vuelva a los límites del huerto paterno a cultivar claveles y madreselvas!¡Que vuelva a hacer calceta, a crecer y esperar a un buen marido, a prepararse para un saludable porvenir plagado de afectos familiares y maternales!
Entonces, tras estas palabras: “Cósima llora de rabia y de humillación; llora, pero en el fondo se siente conmovida, es consciente de haber equivocado el camino, decide, realmente, volver al limitado destierro de su verdadero destino. Rasga la hoja condenatoria y emprende de nuevo sus labores de bordado, los paseos con sus hermanas, las agradables excursiones por las hermosas campiñas, alegres ante la fastuosa primavera”.
Por suerte, Grazia Deledda no desistió y siguió escribiendo, llegando su primera novela en 1981, titulada “Flor de Cerdeña”, seguida de otras, como “El camino del mal”, “El viejo de la montaña” y otras.
Considero admirable el hecho de que una mujer que nació en Nuoro, que es una pequeña ciudad de Cerdeña, en la que pasó su infancia y juventud, que era un lugar bastante apartado del resto del mundo, que además era muy monótono salvo cuando había fiestas religiosas o populares, muy poco influido por la cultura del continente italiano, rodeada eso sí, de una naturaleza muy hermosa y por gente bastante primitiva, fuera capaz de crear unas composiciones literarias que le valieron, en conjunto, que la Academia Sueca le concediera el Premio Nobel en 1926.
Juana María Fernández Llobera
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