"PASSARE"
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"PASSARE"

Un relato de Miquel Palou-Bosch

Miquel Palou-Bosch | 11 abr 2025


 Imagen: https://www.freepik.es/

Texto: M. Palou-Bosch

“PASSARE”

                El ya anciano Virgilio estaba con su vaso de vino delante, sobre la desvencijada mesa del viejo café, aquel antro que en su tiempo dorado había recibido poetas y artistas, filósofos y autodidactas, revolucionarios tenaces y dogmáticos acérrimos, todos ellos insistentes con sus nuevas ideas, a través de la fuerza que su juventud les proporcionaba.

                Virgilio, a través de sus ojos hundidos, intentaba observar el pasado, recordar la historia de aquellas antiguas épocas. Sus ojos azules, ahora ya un tanto oscurecidos, forzaban la vista para localizar en su mente, mirando los objetos del lugar, algún elemento que pudiera evocarle crónicas agradables en las cuales regocijarse, aunque cierta “anemoia” no podía evitarse.

                Su edad provecta quizás le impedía alguna agilidad física, antaño eficaz y útil; sin embargo, surgían con rapidez destellos en su mente que lo transportaban, como si de cuentos o leyendas se trataran, a las vivencias de su pasado, a instantes no necesariamente felices, pero en los que sí sentía el ánimo suficiente para buscar la satisfacción, la dicha, la ventura del futuro.

                Observaba las fotografías de los personajes que habían pasado por el tugurio. También se veían dibujos y lienzos que algunos clientes habían regalado al propietario de aquel pequeño comercio.

                Lanzando la vista por las paredes del café, se fijaron sus pupilas en una foto –en realidad siempre la observaba, fuese al entrar o al salir del local— colgada entre otros objetos, como perdida entre el cúmulo de cuadros y figuras enganchados al deslucido tabique. Virgilio aparecía en segundo plano en la imagen. En la escena se encontraba un conocido filósofo de la ciudad junto al regente, en aquel entonces, del lugar. Quiso Luis, así se llamaba el dueño del café, fotografiarse con el personaje. Por casualidad, Virgilio se encontraba justo detrás de aquél, de manera que la instantánea lo capturó, quedando in aeternum al lado también del profesor.

                En aquella foto, Virgilio observaba su semblante joven, con sincera sonrisa, confiando, tal vez, que un día podría llegar a ser tan importante como el conocido pensador, profesor entonces de Derecho de la escuela de comercio; y hombre afable, tranquilo, humilde (a pesar de su sabiduría), tolerante, de habla pausada pero precisa, respetuoso con toda idea, siempre siendo su crítica mesurada, objetiva y en absoluto destructiva, sino más bien lo contrario.

                Aquel recuerdo, le estremeció al principio, cuando en milésimas de segundo le pasaban las historias del remoto ayer. De repente pensó que era demasiado exigente, o lo había sido de joven queriendo imitar a la gente con éxito; pues, la vida, no es generalmente controlable –ahora lo sabía—, y lo mejor que uno puede tener a su lado son la paciencia y la modestia.

                En la foto había una frase escrita por aquel ya fallecido profesor: “El tiempo es creado por cada uno de nosotros”. Y, se preguntaba Virgilio en aquel momento, cómo sería posible crear un tiempo satisfactorio para evitar los sufrimientos y los achaques al espíritu, las inclemencias de la existencia humana, las incertidumbres y las dudas, los errores fatales e irreparables. Y, todo ello, por insistir en una vida llena de exigencias, de ambiciones, de condiciones, de dependencias excesivamente materiales.

            Cavilaba, Virgilio. Y pensaba que, durante la vida, quizás deberíamos pensar más en la muerte para vadear las embrolladas sendas de nuestro devenir. Luego se levantó, pagó y se dirigió hacia la salida, sin olvidar antes ojear la vieja fotografía. Luego miró hacia la calle y siguió con su destino.

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