UNA ALIMAÑA, UNA LLUVIA DE CASTAÑAS Y DOS NUEVOS AMIGOS COMO DOS MONTAÑAS
HIPATIA Asociación Intercultural

UNA ALIMAÑA, UNA LLUVIA DE CASTAÑAS Y DOS NUEVOS AMIGOS COMO DOS MONTAÑAS

Un cuento de Yolanda Fernández Lago

Yolanda Fernández Lago | 9 dic 2024


UNA ALIMAÑA, UNA LLUVIA DE CASTAÑAS

Y DOS NUEVOS AMIGOS COMO DOS MONTAÑAS

Es el comienzo de la época de castañas. 

El Castañar de El Tiemblo lleva puesto su manto verde. En unas semanas lo cambiará por una chaqueta de abrigo. Y tapará su ombligo con colores marrones, ocres y rojos. 

No se ven las pecas de la noche. 

El sol es el primero en despertar. Sonríe. Y sus rayos alumbran los rincones más sombríos. Uno a uno, despiertan a todos los habitantes del bosque. 

 

El erizo Erináceo se estira en su cama de hojas. Brinca al suelo. 

—¡Buenos días, Zol! —saluda desde el ventanuco de madera. Luego observa el cielo color mar—. Ez un día ezplendorozo. ¡Perfecto para hacer amigoz! ¿Verdad? —El lunar dorado del cielo centellea. Guiña un ojo.

El mamífero desayuna. ¡Flota de felicidad! Se prepara para otro día de trabajo. Él se encarga de recoger la basura olvidada. La recicla. O la reutiliza. 

Plof. Una gota de agua cae sobre el lavabo de cáscara de nuez.

¡Clop! La gota rebota. ¡Boing! El erizo salta a recogerla. La atrapa entre sus patitas delanteras. Se limpia con ella su cabeza triangular. Las orejas pequeñas y redondas. Y las extremidades.  

Ahora se peina. 

Ji, ji, ji. Jo, jo, jo. ¡Qué gustito! Con el picor que tengo. —Erináceo no puede contener la risa. Él solo tiene diez púas en todo su cuerpo. Y el utensilio le hace cosquillas en el dorso. ¡Muchas cosquillas! 

A continuación, el erizo abre su hocico prominente. Enseña su dentadura. ¡Y se cepilla sus dientes!

Después, él prepara su mochila con su comida. 

Primero introduce en ella un táper de cáscara de avellana. Contiene una ensalada de raíces de hierba y lombrices de tierra. ¡Deliciosa! Aderezada con un puñadito de insectos variados. Mmmm. ¡Qué sabrosa!

Luego sitúa al lado del recipiente una manzana jugosa. 

Más tarde, mete tres castañas brillantes. Una encima de otra. En el bolsillo interior. Y cierra su cremallera rosa. 

Por último, coloca encima del táper una calabaza miniatura Jack Be Little. Está llena de agua fresca. Y, también, una, dos, tres, cuatro… Una pila de bolsas de tela. ¡Ahora la mochila es voluminosa! 

¡Uf! El macuto pesa un poco. Él piensa un poco. Y desplaza su silueta redondeada hasta un rincón. Donde la techumbre es más baja. Coge una carretilla. La trae rodando hasta la mesa. Empuja su mochila. Un poco. Otro poco. ¡Pumba! El bulto cae encima. 

 

Chiiir. Erináceo abre la puerta de hojarasca y ramitas de su hogar. Y sale detrás de su carretilla. Abandona su modesta casita. Una cavidad situada entre las raíces del Sr. Castaño. 

Sniff, sniff. Huele a fresco. Fuuu, fuuu, fuuu. Y un viento fresco revolotea entre su pelaje parduzco. Él no siente frío. Son mimos de aire. 

El erizo oye al arrendajo. Y a la rumiante. 

—¡Buenos días, Garru, Sra. Vaca, Sr. Castaño! —Él saluda a todos. Les sonríe. 

—Kraack. —El ave entierra una bellota entre las matas. Él responde alzando una de sus alas. Y muestra su vistoso panel de plumas de color azul turquesa. Enseguida, prosigue su trabajo.

—Muuuñaaam, ñam.  —También lo hace la señora Vaca. Sin dejar de comer. 

En cambio, el Sr. Castaño no dice nada. El árbol sigue durmiendo sosegado. Tiene el tronco retorcido. Y está repleto de frutos. Rrr, rrr, rrr… Ronca fuerte. 

 

Erináceo empuja la carretilla con su comida por la senda del bosque. Primero mueve una pata. Luego otra. Y mece, a cada paso, su corta cola de izquierda a derecha. 

Él se para. Empieza a limpiar el camino. Coge un tapón. Camina. Se para. Coge un envoltorio de entre la hierba. Camina. Se para. Coge una chapa. Camina. Esquiva una piedra. 

¡Puaj! ¡Qué asco! Él pisa con su pata izquierda un chicle pegajoooso. Se detiene. Se deja caer sobre su trasero. Agarra la masa con sus patas delanteras. Tiene textura gomosa. Tira de ella. La pasta se estiiira, estiiira, estiiira. 

 

Tic, tac, tic, tac… Pasa el tiempo. En la otra dirección viene su vecino Plomizo. 

—Hoy tengo para comer gusanos en conserva. Pero no tengo nada de hambre. Ni una pizca de sed —refunfuña el erizo rollizo. ¡Pum! Tira su mochila. Se lanza sobre unas hojas. Y recuesta su cabeza sobre unas flores. Ignora a Erináceo. Él continúa quitando restos de chicle de su pata. 

—¿Otra vez, Plomizo? Ez zaludable comer variado —sugiere amistoso. Vuelve su rostro hacia su pata. Sniff, sniff. Olfatea y mueve su nariz de un lado a otro. Sniff, sniff. Su pata está pringosa. Muy pringosa. Arruga su nariz. Sniff, sniff. Su pata huele mal. Muy mal. Igual que un vómito de huevo podrido. Un pedo tras comer repollo. O una caca humana. ¡Puaj! Aún tiene restos de chicle. 

Grrr, grrr, grrr. De pronto, los erizos perciben un rugido de tripas. 

Plum, plum, plum. Luego oyen unos pasos. Retumban. Hacen saltar sus cuerpos menudos sobre el suelo. ¡PLUM, PLUM, PLUM! Las pisadas se acercan. 

Pronto, el día se oscurece con una sombra alargada. Ambos erizos alzan sus ojitos. Los dos se asombran al ver a…

 

—Hola, holita. Soy Ursa. Estoy haciendo senderismo por Ávila —explica una osa parda enooorme, enooorme—. ¡Empecé en San Martín de Valdeiglesitas! Donde vivo. Me desvié hasta este bosquecito. Para saludar al Abuelo y…

—Oooh, ¿y cómo ze encuentra Don Caztaño Centenario? —pregunta Erináceo. Se disculpa por interrumpir. Se presenta—. Lo ziento, Urza. Yo zoy Erináceo. Él ez mi vecino Plomizo. Termina, termina. Por favor. 

—El Abuelo está bien. Es tan ancho, tan ancho. Y tan alto, tan alto —comenta la osa gesticulando con sus patas—. ¡Me puse de puntillas para hablar con él! Charlamos un ratito. Y ahora yo tengo tanta hambrecita. No puedo dar un pasito más. GRRR, GRRR, GRRR.

GRRR, GRRR, GRRR. El gruñido de tripas oculta el zigzagueo de un reptil. Se desliza sobre la tierra y las hojas. Hacia ellos. Lento. Cada vez más lento. Mucho más lento.

—Hola. Sssoy Ssserafina Herradura —dice la serpiente herradura al llegar. Apoya su cuerpo en la pata de Ursa. Y suspira aliviada. Acaricia la suavidad peluda—. ¡Uf! Estoy tan cansá. No llego a Cebreros. Tengo tanta hambre. ¡Me comería una osa!

—¿Una OSA? —preguntan todos sorprendidos. Ursa, del susto, patalea. ¡Plaf! El reptil choca contra el suelo. La osa se esconde tras los erizos. Está asustada. 

—¡Ay! No. E broma. Lo que tengo é mucha sé. Y, ahora, un poco de mareo —expresa Serafina. Gira sobre sí misma. 

Sniff, sniff. De repente, Ursa percibe algo con aroma repulsivo.

—¿Y ese olorcito a basurita humana? —consulta curiosa.

—¡Uy! ¡Qué mala pata has tenío! —lamenta Serafina. Ve el resto del chicle. Lo señala con su cola. Después, se tapa las fosas nasales con ella—. Te vas a tené que bañá. 

—¿Tú creez? —responde alarmado Erináceo—. Me lavé las patitaz ezta mizma mañana. —Cuenta con cinco dedos. Y dice orgulloso. —Y me bañé, hace zeiz mezez. 

—Yo llevo jaboncillo natural. Está hecho con la plantita del jabón. La saponaria officinalis. —Ursa mete su pata en su zurrón. Y rebusca.

Plomizo sigue tumbado. Serafina coge una hoja del suelo. Abanica el aire. Cerca de la pata con chicle del erizo. 

—Esto no. Esto tampoco. ¿Esto? No, no. ¡Qué va! ¡Ajá! ¡Aquí está! —La osa entrega la pastilla de jabón. —Erináceo, moja el jabón con unas gotitas de agua. Frota tu patita. ¡Y limpito!

 

Por favó, aguaaa. —Serafina Herradura suelta la hoja. Saca su lengua. Está seca. Igual que un estropajo. O una suela de zapato.

GRRR, GRRR, GRRR. GRRR, GRRR, GRRR. Las tripas de Ursa hablan.

Plomizo engulle todos sus gusanos en conserva. ¡En un segundo!  

—¡Dijizte que no teníaz hambre! —comenta extrañado Erináceo—. Muchaz graciaz Urza. ¿Quierez una enzalada? —Y ofrece también sus castañas y la manzana. Y retira el pedúnculo de su calabaza antes de dársela a Serafina Herradura.

—Ñam, ñam. ¡Deliciosa ensalada! ¡Qué crujientita! Muchas gracitas. —Ursa tiene taaanta hambre. ¡Se come hasta el táper de cáscara de avellana!

—He cambiado de opinión —masculla apresurado Plomizo, soltando un gusano. Glup, glup, glup. Y bebe su agua de un trago. El líquido resbala por sus pelos. Se pierde entre la tierra—. Uy, uy, uy. ¡Qué dolor de tripa! Bua, bua, bua. ¡Erináceo, llévame a casa! Algo me ha sentado mal —ordena entre lágrimas. Salta a la carretilla. Y se tumba. 

—¿Quizá… sssea… por comé tan rápido? —opina el reptil. Glup. Bebe agua—. Muchas grasias, Erináceo. E mu refrescante. —Por cierto, Plomiso. Las cosas se piden con un por favó.

 

Erináceo se despide de Ursa y Serafina. Y empuja la carretilla de vuelta a casa. 

Primero mueve una pata. Luego otra. Camina veloz. 

Apresurado, mece, a cada paso, su corta cola de izquierda a derecha. No tarda en llegar. 

Justo entonces, el Sr. Castaño comienza a despertarse. Estira una rama. Pum. Cae una castaña cerca de la cabaña de Plomizo. Erináceo da un saltito. La esquiva. ¡Uf! ¡Qué cerca pasó esa! 

Su vecino también da un saltito. De la carretilla al suelo. Luego corre a cobijarse en su casa. 

El árbol, aún dormido, alza otra rama y comienza a rascarse. Tiene un nido en una horquilla. Pum, pum, pum. Se desprenden uno, dos, tres frutos. 

A Erináceo no le da tiempo a resguardarse. Uno se engancha en una de sus diez púas. Intenta quitarlo con las extremidades posteriores. No puede. 

Pum, pum, pum. El Sr. Castaño suelta más frutos. El erizo se enrolla sobre sí mismo. Pero no tiene suficientes púas para protegerse. Y las castañas y sus cápsulas espinosas le golpean el cuerpo. ¡Ay, ay, ay! Grita, desconsolado. 

Serafina Herradura llega reptando. Se enrolla sobre el pequeño cuerpo tirado en la tierra. 

Pero el Sr. Castaño sigue desperezándose. Ahora mueve todas sus ramas con fuerza. Pum, pum, pum, pum… ¡Cae una lluvia de castañas! El sonido es atronador. 

Tras la serpiente llega Ursus. Se agacha. Y con su cuerpo, protege a ambos de la lluvia de castañas, hasta que cesa. 

—Uy, mil disculpas, amigos. El Sr. Castaño frota sus ojos con las ramas más tiernas. —¿Estáis todos bien? ¿Estáis todos bien? —pregunta inclinando su tronco todo lo posible. Los observa de arriba abajo. Está preocupado—. Lo prometo. Lo prometo. Mañana me voy temprano a la cama.

—Zí. Eztamoz todoz bien Sr. Castaño. ¡Y ahora tenemoz infinidad de caztañaz para alimentar laz panzaz! —responde risueño Erináceo.

                                                                                                                    Yolanda Fernández Lago

 

 

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